jueves, 30 de junio de 2011

una tarde de primavera

"Era una bonita tarde de primavera. El sol todavía andaba en un letargo invernal y no caldeaba demasiado el ambiente. El césped no estaba demasiado regado como para refrescar el ambiente. Era una apacible tarde de primavera. Era una de esas tardes que invitan a pasear. Unas de esas tardes que se alargan hasta el anochecer, tumbados en la hierba, hablando sin parar, esperando el atardecer. Era una de esas idílicas tardes que ningún coleccionista de recuerdos dejaría escapar."

martes, 28 de junio de 2011

dejadme llorar

Siempre me habéis dicho que llorar no soluciona nada y realmente no va a solucionar nada, ahora más que nunca. Sé que seguramente serías tú quien más tonterías me dijera para no llorar y que mi llanto se confundiera en una risa incontrolable. Sé que en estos momentos nos miras desde algún sitio y me pides que no llore. Sé que no soluciona nada, pero dejadme que llore. Dejad que las lágrimas me tranquilicen y como lo haría el abrazo que no te puedo dar. Dejadme que cambie todas estas lágrimas por ese abrazo.

Llorar no va a servir, lo sé. Pero, al fin y al cabo, ahora ya no importa nada. Lo más importante es lo que hemos vivido, lo que nos has enseñado y el cariño que nos has dado. Estarás aquí siempre, en un rinconcito de nosotros recordándonos por qué hay que vivir y lo bueno que hemos vivido.

Llorar no sirve ya de nada, pero me tranquiliza y me ayuda a quedarme sólo con lo bueno, que al fin y al cabo, es lo único que importa.

lunes, 27 de junio de 2011

encuentro

"Se encontraron el uno al otro, vencieron el miedo y un instante después encontraron la verdad, que les explotó bajo los párpados, aguda, cegadora en su evidencia, rota entre gemidos apretados en la determinación de los labios. Y entonces el tiempo tembló espasmódicamente y se detuvo, todo desapareció y el único sentido funcionando fue el tacto."

Tiempo de odio, Andrzej Sapkowski 

martes, 21 de junio de 2011

sirenas y príncipes

-¡Ay, no! Cuéntame otra vez el del gato.- refunfuñó  la princesa Ciri, como sólo las princesas saben refunfuñar.
-Pero ese ya te lo sabes, este es un cuento nuevo...
-... ¡y no me gusta! - lo interrumpió. Cuéntame el del gato, anda... profaaaaaaaaaaaaa...
- Antes dime, ¿por qué no te gusta? Tiene una sirena, un príncipe gallardo, un montón de animales marinos y fantásticos, una ciudad sumergida en el mar... ¡hasta tiene una hechicera!
-Sí, pero no tiene gatos.
La frase de la princesita pretendía ser una sentencia. Además, vino acompañada de un fruncimiento de labios y de unos brazos cruzados torpemente. Él la miró por encima de sus gafas, como siempre hacía con sus alumnos. Esa mirada era mejor que cualquier interrogatorio. Cirilla descruzó los brazos, desfrunció el ceño, agachó la cabeza y empezó a juguetear con la puntilla de su falda.
- Di.
Suspiró. Levantó su pequeña cabeza de princesa y lo miró con aquella carita de niña buena que tiene miedo de una reprimenda.
- No quiero que la sirena pierda su cola. No quiero que pierda su vida en el fondo del mar y sus vestidos de coral sólo por estar con él, porque si él no está dispuesto a perder sus palacios, sirvientes y piernas a cambio de una cola y de ella, no merece la pena. Tampoco quiero que él acceda a ser un pez, estaría igual de mal. Quiero que los dos se quieran por lo que son. Que se acepten como sirena y príncipe y que juntos reinventen cómo convivir. Quiero que improvisen su historia, sin renunciar ninguno de los dos a lo que son. Porque creo que lo principal del amor es aceptar al otro tal y como es, no como queremos que sea.
La niña agachó la cabeza avergonzada. El cuentacuentos la abrazó con ternura.
- ¿Sabes una cosa, Ciri? Nunca te olvides de que quien cuenta la historia eres tú y de que las historias será como tú quieres que sean.

sábado, 18 de junio de 2011

pies

Se desplomó en el asiento del metro como si un dios cansado hubiese tirado un trapo viejo lleno de polvo. Estiró las piernas sin apoyar los pies, porque ni siquiera sentada eran capaz de sostenerla. Se miró las uñas de color rojo sobresaliendo por su sandalia blanca. "Lo peor del verano es el calor", pensó.
Llevaba despierta desde las siete de la mañana. Desde las ocho dando vueltas por toda la ciudad y hasta las once no llegaría a casa, donde no tendría que deshacer el revoltijo de sábanas que no había podido arreglar por la mañana.

Sentada en el borde de la cama, liberó los pies doloridos que a duras penas la habían llevado hasta ahí. Sin duda alguna, sus dedos estaban considerablemente más hinchados que por la mañana. Recordó que a su abuela se le solían hinchar los pies en verano.
Lanzó una rápida mirada a su mesita de noche y supuso que el desodorante para pies los refrescaría un poco. Absorta en su cansancio masajeó las plantas de sus pies. No sentía nada. Clavó una de las afiladas uñas de su manicura francesa. Nada. Observó la planta de su pie. Un enorme callo se asentaba en la base de sus dedos. Rojo y amarillo. Duro. Lo mismo en el izquierdo. Suspiró.
Se preguntó cómo habría llegado a tal extremo. Se dijo que no andaba tanto. ¿Secuelas de los zapatos de tacón? Llegó a la conclusión de que necesitaría años sin andar para que desaparecieran. Se miró la mano derecha. Al igual que el callo de su mano había desaparecido tras sus años de estudiante. Se dio cuenta de que la vejez empezaba por los pies.

lunes, 13 de junio de 2011

Cántame la de...

Volver a escuchar una canción años después y darte cuenta en un segundo cuánto ha cambiado tu vida. Las mismas calles, las mismas noches, las mismas luces... parece mentira que las personas que están ahora a tu lado nunca pensaste que lo estaría y las que estaban sólo son un frío espejismo que se desvanecerá al acabar esta canción. Pero el sentimiento de felicidad y de tranquilidad es el mismo.
No sé lo que traerá el futuro, pero siento que estoy en el buen camino.