martes, 26 de julio de 2011

La hora del té


Comprendí, pues, que son tus miedos y tus sueños los que salen del espejo y te invitan a tomar el té.

domingo, 24 de julio de 2011

el mar y la luna

En la orilla del mar encontró un círculo de piedras, quizás expuestas ahí expresamente para que se sentara en la más grande de todas a contemplar el mar.


La blanca luna desafiaba al sol recién despertado sobre las murallas de la ciudad. el mar rugía silencioso y le hablaba. El viento dormía, las nubes llegaban tarde y el cielo esperaba sin hacer ruido. No hacía frío, ni calor. En aquellos momentos la temperatura era perfecta y hubiera sido un momento perfecto si hubiera tenido con quien compartirlo. De todos modos guardó aquel momento en su colección de recuerdos porque pensó que un día podría necesitar una luna sobre una muralla.





Entonces el mar le habló. Le invitó a unirse a su tempestad en calma. A desafiar los prejuicios y sumergirse en sus aguas tiernas.

En un impulso se levanto de su asiento de roca. De pie, frente al mar, se deshizo de su ropa en una acelerada tranquilidad. Con locura y despacio. Como si ese momento pudiese durar eternamente. Como si tuviese todo el tiempo del mundo. Corrió despacio hacia el agua azul que, allá a lo lejos, se confundía con el principio del cielo. Su cuerpo se mojó sin notarlo y aquella tranquilidad invadió su espíritu.

Sonrió todavía sentada sobre su piedra. Su ropas secas e impolutas. Se rió. Le hizo gracia que en un universo paralelo hubiera tenido el valor de levantarse y hacerle caso al mar. Sonrió porque se sentía como si realmente se hubiese atrevido a fundir su cuerpo con el mar.

Pensó que era un buen momento, pero no era el momento.

Se levanto despacio, sin decirle adiós al mar, pues él sabía que volvería. Un día volvería y tendría cordura suficiente como para no aguantar sentada en la piedra de su círculo del destino.

Anduvo sin mirar atrás. El sol la acompañó a casa. Todavía sonreía porque estaba seca, pero se sentía como si hubiese nadado al amanecer en el tibio mar.

viernes, 22 de julio de 2011

buscando un atardecer dorado


"Primero los colores, luego las cosas. Así es cómo acostumbro a ver las cosas. Así es como intento verlas."

Esas fueron las palabras que le dijo la Dama del Alba. Esas fueron las palabras que cambiaron su percepción el mundo.

Empezó a ver sólo colores. Los memorizaba y los guardaba en una cajita de latón, muy en el fondo de su almacén de secretos. Llegó un día en el que para completar su colección sólo le faltaba un color: el del atardecer dorado.

El cielo azul se ensució de finitas líneas blancas que abrían paso a los colores del sol en su cénit. La escala de colores fríos se empezó a degradar, buscando con ansia y premeditación convertirse en una dulce escala de colores cálidos, que acabaría muriendo de nuevo como un único y frío color. Llegaron los débiles rosas, teñidos de amarillo gritando que llegaba el rojo intenso. Un rojo casi imperceptible que anunció el principio del final de un naranja intenso que perdió la fuerza igual que el sol perdía sus ganas de seguir en la tierra. El morado se impuso, luchando con el azul, cada vez más oscuro, que pretendía invadirlo todo. Al final se impuso el negro. Sobre el negro terciopelo titilaban vergonzosas las estrellas.

había sido un atardecer excitante. Pero no había sitio para él en su cajita de latón. Aquel no era un atardecer dorado.

sábado, 16 de julio de 2011

azul

Azul. Todo allí era azul. No era un azul normal y corriente, era el azul más bonito que nunca hubiera podido imaginar. Quería llevárselo de recuerdo, guardarlo en una botellita de cristal y mirarlo cuando necesitara alimentarse de un color. Desgraciadamente no pudo hacerlo, ese azul era un color libre, un color que no podía ser encarcelado en la paleta de un pintor. Por ello decidió guardarlo en su memoria, una caja de acero blindada de la que su color nunca podría escapar.

Todos los días se sentaba en su atalaya improvisada para guardar en sus ojos el color del mar. El azul del cielo que se confundía en el horizonte. El azul intenso que bañaba todos los días. El azul que calmaba su tempestad, el azul que puso en orden sus sentimientos. El azul que tanto necesitaba para un día, muy muy lejos de allí, cerrar los ojos y respirar la paz. Respirar la tranquilidad. Respirar la libertad y la esperanza. Respirar de nuevo el color azul.