viernes, 31 de octubre de 2014

La muralla


“Dicen que hay una muralla
Que divide lo que fue de lo que será,
Entre las ilusiones vividas
Y las que queremos realizar”





Estoy en esa muralla. Sola. Despidiéndome de todo lo conocido. Diciendo adiós a mi vida y afrontando el inicio de una nueva. Sola. Sin nadie. Preparándome para empezar a andar un camino lleno de incertidumbre, de dudas. Un camino desconocido. Y yo aquí, en mi muralla, superando el miedo, la incertidumbre, las ganas de refugiarme en mi almohada y despertarme un día más para seguir mi vida de siempre, la que conozco, en la que no tengo miedo a andar. Pero no hay vuelta atrás. El tiempo no se para. Sólo tiene un sentido: el futuro. Y yo, en mi muralla veo cómo poco a poco empieza a amanecer, llega la aurora, llena de vida, llena de esperanza. Cuando ese momento llegue, no me podré quedar sentada. Tendré que levantarme. Tendré que andar y dejar atrás esta muralla con mis dudas y mi miedo. Pero ese momento aún no ha llegado y yo estoy en mi muralla. Contemplo lo que fui, lo que sentí, y me pregunto cómo hubiera sido la vida si las cosas hubiesen ocurrido de otro modo. Aunque nada me hubiera quitado el miedo. Nada cambiaría y mil y una conjeturas no me ayudan mientras cruzo esta muralla. Porque las cosas podían haber sucedido de cualquier modo, sin embargo ocurrieron así. Y así estoy, agazapada en una muralla que marca al fin y a la par indica el principio. Sin nadie a quien abrazar, abrazo mis piernas. Sin un hombro sobre el que apoyarme, me apoyo en mis rodillas. Y aunque nadie me escucha, empiezo a hablar, confiando en que algún duendecillo se compadezca de mí y me escuche. De momento me escucho yo. Revivo los momentos que quedan tras esa muralla. Imagino las situaciones que me aguardan tras ella, pero lo único que puedo asegurar es que no sé nada de lo que allí se encuentra. No sé si algo espera allí, o tal vez soy yo quien tiene que llevarlo todo. No sé nada. La incertidumbre se apodera de mí y me da miedo. Tengo frío. Un miedo oscuro se acerca lentamente. Cierro los ojos para no verlo, pero es inútil. Ahí dentro el miedo también está. No viene de afuera, está dentro y me acorrala. No hay escapatoria. Estoy sola. Abrazada a mí misma. Intentando esconderme entre sombras, pero de nada servirá. No se puede huir de la vida. No. La vida hay que vivirla como viene, a su ritmo. Sin prisa. No hay que tomarla como un medicamento amargo, intentando pasar cuanto antes el mal trago. No. Hay que vivir día a día. Sin prisa. La vida tiene su ritmo marcado y nada la cambia. Si intentas acelerarla sólo la perderás. La vida no tiene prisa y nos invita a andar a su ritmo, pero nosotros somos muy impacientes. Nos olvidamos continuamente de que hay que andar despacio. Observar cada piedra, cada grano de arena, cada uno de los elementos que salen a nuestro paso. Debemos atenderlos, investigarlos, saborearlos para luego guardarlos con nitidez, para tener algo a lo que agarrarnos. Pero nuestra mente es escurridiza y nosotros no sabemos andar. Nos da igual donde caigan nuestros pasos, donde dejan huella. Eso no importa. Nosotros andamos con la cabeza bien alta. Miramos al frente. Pensamos que allí pisaremos, sin mirar qué es lo que estamos pisando ahora. Y, de pronto, sucede que tropiezas. O te encuentras con que tu camino va en otra dirección de la que tú creías, porque no mirabas por donde ibas, mirabas otro camino. Y no puedes parar. No hay tiempo para meditar. La única reacción posible es seguir andando. No hay nada que decidir, sólo hay que andar por el camino. Y aún así no te fijarás por donde pisas. Sigues mirando al frente y vuelves a vivir la misma situación. Y de vez en cuando te encuentras en una muralla porque la curva del camino es muy brusca. Y mientras pasas por esa muralla tienes tiempo para hacer balance, pero no hagas planes. Yo estoy en esa muralla mirando todo lo que fue. Cogiendo aire para seguir adelante. Me gustaría cerrar los ojos y encontrarme de nuevo donde tanto tiempo pasé. Pero esa no es una solución viable. Lo único que queda ahora es el futuro, andar hacia delante. ¿Sin mirar atrás? Para empezar de nuevo es imprescindible no mirar atrás. Para continuar es imprescindible mirar atrás. Pero aún no sé lo que me toca hacer. No sé a dónde me conduce esta muralla ni puedo quitarme de la cabeza todo lo que tras ella queda. Más allá está lo que quiero, lo nuevo, lo que me ha costado esfuerzo conseguir. Aquí atrás está todo lo que dejo por lo de más allá. Se supone que es el momento de un balance, de recapacitar, pero este balance no me mostrará las razones por las que estoy aquí. No. Este balance lo más que hará será mostrarme el pasado, mis recuerdos, mi vida y con ello darme miedo al mostrarme a la vez que es muy posible que nada de eso vuelva. Pero que no vuelva, no significa que lo hayamos perdido. Todo lo que hemos vivido queda atrás, a nuestra espalda, como una mochila llena de provisiones que nos sustentará a lo largo de todo el camino. Las risas del pasado nos ayudan a reír de nuevo; las lágrimas nos enseñan a ser más fuertes; los amigos nos apoyan desde la distancia del pasado como hicieron otras veces; el cariño nos levanta al caer… el pasado nos ayuda en nuestro futuro, enseñándonos cómo andar y cómo cruzar murallas. Y ahora sé que todo lo que he vivido me acompaña en este duro tramo. Aunque no lo vea, sé que detrás de mis pasos se van marcando los pasos que dieron a mi lado y gracias a ellos no ando sola en esta larga muralla. Parecía no tener fin, pero estoy a punto de alcanzarlo. Infinita, eterna, inalcanzable… pero sé que queda poco para superarla. Un último esfuerzo. Levantarse. Soportar el frío. Caminar. Alcanzar el fin del principio y seguir viviendo. Al otro lado de esta muralla se alza mi nueva vida, nuevos pasos que me acompañarán el resto de los días. La vida es un camino, andar, andar y andar. Superar obstáculos, cruzar puentes, atravesar murallas. Murallas. Una muralla. Una muralla bajo mis pies. Una muralla que acabo de superar. Sí. Superar. Cierro los ojos. Tomo aire. Lo expulso lentamente. Mis párpados se abren lentamente. Mis pulmones se desprenden de una gran bocanada de aire. Observo el paisaje que se muestra a mis sentidos y a mi futuro. Estoy lista. Empiezo a caminar de nuevo sin ánimo de parar aún. Y conforme tus pasos te hacen avanzar, tus pies, todo lo que levas recorrido es el mejor apoyo para seguir. Y un día, de repente, te das cuenta de que estás de nuevo en otra muralla, otro momento en el que te tienes que despedir sin saber lo que te espera. Quizás nunca dejaste esa muralla, quizás tu vida es una continua muralla en la que cada pasa queda atrás…Sea como sea, en estos momentos sólo sé que lo único que puedo hacer es avanzar y, cuando lleguen los momentos de debilidad, cuando sólo haya oscuridad a mi alrededor, la mejor opción es mirar el cielo, contemplar la lluvia caer, quedarse quieta en un rincón, suspirar y abrir los ojos al cielo estrellado mientras te levantas y vuelves a caminar.