Recuerdo cuando la vida era una canción indie. Cuando lo único que hacíamos era cerrar los ojos, beber otro trago y bailar al ritmo de la música indie de aquel bar sin escuchar nada más. Cuando creíamos que no había nada más que estos veintitantos, cuando aspirábamos a comernos el mundo dando caladas a un cigarrillo con una copa en la mano. Y aun en la calle, dentro de nuestra cabeza, sonaba esa canción...
Hoy, tantos y tan pocos años después, recuerdo esas noches con la niebla de los sueños y el naranja de las farolas. Vagábamos como si el mundo nos esperase. Hoy, por muy lata que pongamos la música, esa canción ya no es nítida y sabemos que no esperamos nada más del mundo.
Recuerdo cuando no había pequeños placeres de la vida, porque la vida era el propio placer. Hoy, tenemos que buscarlos al llegar del trabajo en una copa de vino, en una tranquila canción de fondo, mientras preparamos un risotto.
Hoy miro las fotos y los recuerdos y me pregunto dónde están y me digo que quizás todo fue un sueño.
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