viernes, 21 de julio de 2017

Anoche moriste

Anoche moriste.

Te vi con mis propios ojos. Moriste delante de mí.

Estábamos hablando tranquilamente, frente a una copa de vino en la terraza de cualquier bar, como siempre. Nos alcanzó el ocaso un día más entre risas, miradas furtivas y caricias bajo la mesa.

Nos dirigimos al coche como si fuera la cosa más normal del mundo. No me importaba dónde me llevaras. No importaba qué hicieras conmigo. Con tres copas de vino ya no me importaba nada. Ni siquiera aquel anillo que nunca te quitabas. Aquel maldito anillo. Pero con tres copas de vino... ¿acaso importaba?

Nos besamos en cada semáforo, como aquellos que se besaban en cada farola.

Bajamos del coche, aún sin decir nada. Me cogiste de la mano. Te miré. Sonreíste. Sonreí. Me acariciaste la cara y me diste un beso, de nuevo en un semáforo, antes de cruzar la calle y entrar en el portal.

Estábamos en la cama, besándonos, desnudándonos, acariciándonos. Tú me susurrabas cosas al oído, yo te mordía el cuello. Y nos besábamos, como si nunca hubiésemos besado. Como si nunca hubiésemos amado.

Y en ese momento en el que yo te daba todo, en el que era tuya por completo... En ese momento vi la mueca de dolor en tu rostro, vi tu brazo paralizado, vi cómo se te escapaba la vida mientras tus ojos me decían que no pasaba nada, que hasta ahí habías llegado. Que te lo merecías.

Y yo esgrimía el puñal.

Moriste delante de mí. Te vi con mis propios ojos.

sábado, 1 de abril de 2017

Universos paralelos

¿Creéis en la existencia de universos paralelos? Yo a veces sí. A veces creo que mis recuerdos pertenecen a otra yo, que nunca he sido yo. Otras veces, simplemente, creo que alguien ha viajado al pasado y ha pisado un bicho. Es la única explicación posible.

Un día eres esa chica de pelo largo, que no se lo va a cortar porque está planeando una boda y tiene que llevar un recogido maravilloso, un vestido precioso y los zapatos perfectos. Y de repente, ¡pum! Eres esa otra chica, la del pelo corto, por encima del hombro, con una chupa de cuero, minifalda y tacones que sale a las diez de la mañana de la casa de un tío que acaba de conocer en una discoteca. Así de rápido. ¡Pum! Como la carroza que se convirtió en calabaza. Y el único nexo en común, amigas mías, son esos fantásticos zapatos de tacón...

En serio, ¿quién ha viajado al pasado y ha pisado un bicho?

lunes, 11 de enero de 2016

Los días en los que te echo de menos

Los días en los que te echo de menos, mi vida es como una película. Mi día transcurre con normalidad, pero las horas pasan a través de mí sin tocarme. Me levanto, me ducho, me visto y salgo de casa para coger el coche, pero es como si lo hiciera otra persona porque mi mente está inundada de tus recuerdos y no veo más allá. Cada canción me recuerda a ti y en mi memoria no dejan de sucederse las imágenes de tus recuerdos como si fuera una película.

Tu sonrisa desde lejos, mientras te acercas por la acera, al verme sentada esperándote en la terraza de aquel bar donde nos conocimos. Tu brazo rodeándome mientras paseamos por un parque. Mi mano deslizándose por la tuya una noche al salir de un restaurante.

Intento hacer las cosas que hago todos los días, pero cuando te echo de menos no puedo dejar de imaginar que las podría estar haciendo contigo y que un día las hice contigo, acompañada de tus sonrisas.Y te vuelvo a ver esperándome en la puerta de la facultad para acompañarme a casa, vuelvo a montarme en tu coche para ir contigo de compras, vuelvo a tomarme un café contigo en cualquier bar. Y mi mano echa de menos la tuya, acariciándome bajo la mesa.

Cuando vuelvo a casa, esos días son los peores. Pongo nuestras canciones y me siento sola. Me siento mayor y siento que te he perdido y que nunca te sacaré de mi corazón. Y aún con el gorro puesto y el corazón frío, abro una copa de vino y bebo, para recordarte, no para olvidar. Mientras canto nuestras canciones, con una copa de vino blanco en las manos, mis ojos se inundan porque no puedo vaciar los recuerdos que se agolpan en mi cabeza. Y con una copa en la mano, los recuerdos duelen más.

Y me vuelve a doler el corazón, haciendo un esfuerzo para decirte que me voy. Y veo de nuevo tu cara de decepción, incapaz de decir nada. Y tu mano vuelve a jugar con uno de mis rizos y sé que te están conteniendo para retenerme, como si con ese gesto pudiera hacerlo. 

Intento ordenar en mi cabeza los sentimientos. Como si al recordarte pudiera cambiar lo que pasó. Como si pudiera correr por esa calle a oscuras para abrazarte y darte un beso, en lugar de quedarme en la puerta de casa resignada viendo como te alejas, deseando correr, pero sin poder dar la orden a mis piernas. Sabiendo que no volveré a sentir tus labios.

Ojalá me hubieras leído la mente cuando yo era incapaz de hablar.

Y al final de los días en los que te echo de menos solo me queda una copa vacía y esa canción. Y no te puedo decir que aún te quiero, solo puedo hacerme la duda mientras desvías la mirada, para no mirarme. Y me falta tu sonrisa para que me caliente el corazón.

Oh well I don't mind, if you don't mind
'Cause I don't shine if you don't shine

Before you go, can you read my mind?


lunes, 30 de noviembre de 2015

A letter to my 20-something self from my 30-something self

So, 20-something me, what I want to tell you is, stop worrying, stressing, and obsessing about all the things you can’t control and start focusing on all the positives you have in your life. Sometimes it may seem like life isn’t going the way you’d hoped, but it will get better. I promise. And on the days life doesn’t go your way, take comfort in writing. Whether it’s scribbling in a journal or constructing books from idea to final draft, I have a feeling it will eventually become your pillar of hope and possibly a path towards a better future. Oh, and coffee. Learn to like it as it will help you sail through just about anything with confidence and enthusiasm.
30-something me

martes, 13 de octubre de 2015

Orlando y la literatura

Ahora estaba vestido con un traje gris de mañana, con una flor rosada en el ojal y guantes grises de piel de Suecia haciendo juego. Ella no salía de su asombro y él hizo otra gran reverencia, y le solicitó el honor de almorzar con él. La reverencia era quizás un tanto excesiva pero la imitación de buena crianza podía pasar. Lo siguió, azorada, a un espléndido restaurante, todo felpa roja, manteles blancos y aceiteras de plata, lo más diferente posible de la vieja taberna o casa de café con su piso enarenado, sus bancos de madera, sus tazones de ponche y chocolate, y sus salivaderas. A Orlando le costaba creer que fuera la misma persona. Tenía las uñas limpias; antes medían una pulgada. Tenía el mentón rasurado; antes asomaba una barba negra. Usaba gemelos de oro; antes las mangas en jirones se le metían en el caldo.

(...)

Orlando padeció un desencanto inexplicable. Todos esos años había imaginado que la literatura —sírvanle de disculpa su reclusión, su rango y su sexo— era algo libre como el viento, cálido como el fuego, veloz como el rayo: algo inestable, imprescindible y abrupto, y he aquí que la literatura era un señor de edad vestido de gris hablando de duquesas.

Orlando, Virginia Woolf

sábado, 22 de agosto de 2015

Una tarde de lluvia más

Y desde entonces no ha dejado de llover. Porque llovía aquella tarde cuando sujetaste el paraguas sobre mi cabeza para darme un beso fugaz antes de entrara en el metro. Llovía también aquella mañana cuando saliste de mi casa y te vi cruzar la esquina bajo la lluvia y llovió toda la tarde mientras me pasé horas y horas mirando la lluvia caer contra el cristal porque, aquella tarde, lo único que me quedó de ti fue un abrazo cálido y acogedor, y tu espalda mientras girabas la esquina.

Y hoy vuelve a llover sobre las calles de Madrid, mientras deambulo con los pies mojados sujetando un paraguas que me protege de la lluvia, pero no de los pensamientos que se agolpan en mi cabeza. y de eso no hay nada que me proteja. Y la lluvia lo trae, una y otra vez.

Mientras intento calentarme con un té, Gato me mira desde su atalaya en la ventana. Parpadea y vuelve a mirar por la ventana, con la mirada fija en lo que pasa fuera, en la gente que se moja y corre entre los paraguas, las capuchas levantadas y los pasos apresurados. Sé que su mirada es de indiferencia, que a él no le preocupa la lluvia, no le trae recuerdos de ti ni de nada que haya vivido en los días de lluvia.



Para él no llueve. A veces me gustaría ser como él, mirar con indiferencia sobre la ventana, sin que la lluvia y el vacío que has dejado me mojen y me enfríen los pies. Pero aunque la lluvia no recoge sus recuerdos, sé que por las mañanas, acercándose levemente a la puerta, sin quererse asomar, intenta atisbar con sus diminutos ojos lo que hay más allá, percibir un olor, una sensación que un día sea un recuerdo para poder evocarlo de nuevo.

Me pregunto si, con su cara pegada en el cristal, no le entrará la melancolía de una cierta tarde de sol que un día vio. Me pregunto si no sufre igual por algo que no ha conocido y si sería mi pena igual si nunca hubieses estado, si no me hubieses abrazado y dado besos delicados.

Si aquello no hubiese pasado, si me hubiese quedado observando desde el cristal, me pregunto si entonces dejará algún día de llover.

viernes, 27 de febrero de 2015

Volver al hogar

"No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado para comprender cuánto has cambiado tú".

Nelson Mandela