martes, 21 de junio de 2011

sirenas y príncipes

-¡Ay, no! Cuéntame otra vez el del gato.- refunfuñó  la princesa Ciri, como sólo las princesas saben refunfuñar.
-Pero ese ya te lo sabes, este es un cuento nuevo...
-... ¡y no me gusta! - lo interrumpió. Cuéntame el del gato, anda... profaaaaaaaaaaaaa...
- Antes dime, ¿por qué no te gusta? Tiene una sirena, un príncipe gallardo, un montón de animales marinos y fantásticos, una ciudad sumergida en el mar... ¡hasta tiene una hechicera!
-Sí, pero no tiene gatos.
La frase de la princesita pretendía ser una sentencia. Además, vino acompañada de un fruncimiento de labios y de unos brazos cruzados torpemente. Él la miró por encima de sus gafas, como siempre hacía con sus alumnos. Esa mirada era mejor que cualquier interrogatorio. Cirilla descruzó los brazos, desfrunció el ceño, agachó la cabeza y empezó a juguetear con la puntilla de su falda.
- Di.
Suspiró. Levantó su pequeña cabeza de princesa y lo miró con aquella carita de niña buena que tiene miedo de una reprimenda.
- No quiero que la sirena pierda su cola. No quiero que pierda su vida en el fondo del mar y sus vestidos de coral sólo por estar con él, porque si él no está dispuesto a perder sus palacios, sirvientes y piernas a cambio de una cola y de ella, no merece la pena. Tampoco quiero que él acceda a ser un pez, estaría igual de mal. Quiero que los dos se quieran por lo que son. Que se acepten como sirena y príncipe y que juntos reinventen cómo convivir. Quiero que improvisen su historia, sin renunciar ninguno de los dos a lo que son. Porque creo que lo principal del amor es aceptar al otro tal y como es, no como queremos que sea.
La niña agachó la cabeza avergonzada. El cuentacuentos la abrazó con ternura.
- ¿Sabes una cosa, Ciri? Nunca te olvides de que quien cuenta la historia eres tú y de que las historias será como tú quieres que sean.

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