Azul. Todo allí era azul. No era un azul normal y corriente, era el azul más bonito que nunca hubiera podido imaginar. Quería llevárselo de recuerdo, guardarlo en una botellita de cristal y mirarlo cuando necesitara alimentarse de un color. Desgraciadamente no pudo hacerlo, ese azul era un color libre, un color que no podía ser encarcelado en la paleta de un pintor. Por ello decidió guardarlo en su memoria, una caja de acero blindada de la que su color nunca podría escapar.
Todos los días se sentaba en su atalaya improvisada para guardar en sus ojos el color del mar. El azul del cielo que se confundía en el horizonte. El azul intenso que bañaba todos los días. El azul que calmaba su tempestad, el azul que puso en orden sus sentimientos. El azul que tanto necesitaba para un día, muy muy lejos de allí, cerrar los ojos y respirar la paz. Respirar la tranquilidad. Respirar la libertad y la esperanza. Respirar de nuevo el color azul.
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