"Primero los colores, luego las cosas. Así es cómo acostumbro a ver las cosas. Así es como intento verlas."
Esas fueron las palabras que le dijo la Dama del Alba. Esas fueron las palabras que cambiaron su percepción el mundo.
Empezó a ver sólo colores. Los memorizaba y los guardaba en una cajita de latón, muy en el fondo de su almacén de secretos. Llegó un día en el que para completar su colección sólo le faltaba un color: el del atardecer dorado.
El cielo azul se ensució de finitas líneas blancas que abrían paso a los colores del sol en su cénit. La escala de colores fríos se empezó a degradar, buscando con ansia y premeditación convertirse en una dulce escala de colores cálidos, que acabaría muriendo de nuevo como un único y frío color. Llegaron los débiles rosas, teñidos de amarillo gritando que llegaba el rojo intenso. Un rojo casi imperceptible que anunció el principio del final de un naranja intenso que perdió la fuerza igual que el sol perdía sus ganas de seguir en la tierra. El morado se impuso, luchando con el azul, cada vez más oscuro, que pretendía invadirlo todo. Al final se impuso el negro. Sobre el negro terciopelo titilaban vergonzosas las estrellas.
había sido un atardecer excitante. Pero no había sitio para él en su cajita de latón. Aquel no era un atardecer dorado.
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