domingo, 24 de julio de 2011

el mar y la luna

En la orilla del mar encontró un círculo de piedras, quizás expuestas ahí expresamente para que se sentara en la más grande de todas a contemplar el mar.


La blanca luna desafiaba al sol recién despertado sobre las murallas de la ciudad. el mar rugía silencioso y le hablaba. El viento dormía, las nubes llegaban tarde y el cielo esperaba sin hacer ruido. No hacía frío, ni calor. En aquellos momentos la temperatura era perfecta y hubiera sido un momento perfecto si hubiera tenido con quien compartirlo. De todos modos guardó aquel momento en su colección de recuerdos porque pensó que un día podría necesitar una luna sobre una muralla.





Entonces el mar le habló. Le invitó a unirse a su tempestad en calma. A desafiar los prejuicios y sumergirse en sus aguas tiernas.

En un impulso se levanto de su asiento de roca. De pie, frente al mar, se deshizo de su ropa en una acelerada tranquilidad. Con locura y despacio. Como si ese momento pudiese durar eternamente. Como si tuviese todo el tiempo del mundo. Corrió despacio hacia el agua azul que, allá a lo lejos, se confundía con el principio del cielo. Su cuerpo se mojó sin notarlo y aquella tranquilidad invadió su espíritu.

Sonrió todavía sentada sobre su piedra. Su ropas secas e impolutas. Se rió. Le hizo gracia que en un universo paralelo hubiera tenido el valor de levantarse y hacerle caso al mar. Sonrió porque se sentía como si realmente se hubiese atrevido a fundir su cuerpo con el mar.

Pensó que era un buen momento, pero no era el momento.

Se levanto despacio, sin decirle adiós al mar, pues él sabía que volvería. Un día volvería y tendría cordura suficiente como para no aguantar sentada en la piedra de su círculo del destino.

Anduvo sin mirar atrás. El sol la acompañó a casa. Todavía sonreía porque estaba seca, pero se sentía como si hubiese nadado al amanecer en el tibio mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario