“Dicen que hay una
muralla
Que divide lo que fue
de lo que será,
Entre las ilusiones
vividas
Y las que queremos
realizar”
Estoy en esa muralla. Sola. Despidiéndome de todo lo conocido.
Diciendo adiós a mi vida y afrontando el inicio de una nueva. Sola.
Sin nadie. Preparándome para empezar a andar un camino lleno de
incertidumbre, de dudas. Un camino desconocido. Y yo aquí, en mi
muralla, superando el miedo, la incertidumbre, las ganas de
refugiarme en mi almohada y despertarme un día más para seguir mi
vida de siempre, la que conozco, en la que no tengo miedo a andar.
Pero no hay vuelta atrás. El tiempo no se para. Sólo tiene un
sentido: el futuro. Y yo, en mi muralla veo cómo poco a poco empieza
a amanecer, llega la aurora, llena de vida, llena de esperanza.
Cuando ese momento llegue, no me podré quedar sentada. Tendré que
levantarme. Tendré que andar y dejar atrás esta muralla con mis
dudas y mi miedo. Pero ese momento aún no ha llegado y yo estoy en
mi muralla. Contemplo lo que fui, lo que sentí, y me pregunto cómo
hubiera sido la vida si las cosas hubiesen ocurrido de otro modo.
Aunque nada me hubiera quitado el miedo. Nada cambiaría y mil y una
conjeturas no me ayudan mientras cruzo esta muralla. Porque las cosas
podían haber sucedido de cualquier modo, sin embargo ocurrieron así.
Y así estoy, agazapada en una muralla que marca al fin y a la par
indica el principio. Sin nadie a quien abrazar, abrazo mis piernas.
Sin un hombro sobre el que apoyarme, me apoyo en mis rodillas. Y
aunque nadie me escucha, empiezo a hablar, confiando en que algún
duendecillo se compadezca de mí y me escuche. De momento me escucho
yo. Revivo los momentos que quedan tras esa muralla. Imagino las
situaciones que me aguardan tras ella, pero lo único que puedo
asegurar es que no sé nada de lo que allí se encuentra. No sé si
algo espera allí, o tal vez soy yo quien tiene que llevarlo todo. No
sé nada. La incertidumbre se apodera de mí y me da miedo. Tengo
frío. Un miedo oscuro se acerca lentamente. Cierro los ojos para no
verlo, pero es inútil. Ahí dentro el miedo también está. No viene
de afuera, está dentro y me acorrala. No hay escapatoria. Estoy
sola. Abrazada a mí misma. Intentando esconderme entre sombras, pero
de nada servirá. No se puede huir de la vida. No. La vida hay que
vivirla como viene, a su ritmo. Sin prisa. No hay que tomarla como un
medicamento amargo, intentando pasar cuanto antes el mal trago. No.
Hay que vivir día a día. Sin prisa. La vida tiene su ritmo marcado
y nada la cambia. Si intentas acelerarla sólo la perderás. La vida
no tiene prisa y nos invita a andar a su ritmo, pero nosotros somos
muy impacientes. Nos olvidamos continuamente de que hay que andar
despacio. Observar cada piedra, cada grano de arena, cada uno de los
elementos que salen a nuestro paso. Debemos atenderlos,
investigarlos, saborearlos para luego guardarlos con nitidez, para
tener algo a lo que agarrarnos. Pero nuestra mente es escurridiza y
nosotros no sabemos andar. Nos da igual donde caigan nuestros pasos,
donde dejan huella. Eso no importa. Nosotros andamos con la cabeza
bien alta. Miramos al frente. Pensamos que allí pisaremos, sin mirar
qué es lo que estamos pisando ahora. Y, de pronto, sucede que
tropiezas. O te encuentras con que tu camino va en otra dirección de
la que tú creías, porque no mirabas por donde ibas, mirabas otro
camino. Y no puedes parar. No hay tiempo para meditar. La única
reacción posible es seguir andando. No hay nada que decidir, sólo
hay que andar por el camino. Y aún así no te fijarás por donde
pisas. Sigues mirando al frente y vuelves a vivir la misma situación.
Y de vez en cuando te encuentras en una muralla porque la curva del
camino es muy brusca. Y mientras pasas por esa muralla tienes tiempo
para hacer balance, pero no hagas planes. Yo estoy en esa muralla
mirando todo lo que fue. Cogiendo aire para seguir adelante. Me
gustaría cerrar los ojos y encontrarme de nuevo donde tanto tiempo
pasé. Pero esa no es una solución viable. Lo único que queda ahora
es el futuro, andar hacia delante. ¿Sin mirar atrás? Para empezar
de nuevo es imprescindible no mirar atrás. Para continuar es
imprescindible mirar atrás. Pero aún no sé lo que me toca hacer.
No sé a dónde me conduce esta muralla ni puedo quitarme de la
cabeza todo lo que tras ella queda. Más allá está lo que quiero,
lo nuevo, lo que me ha costado esfuerzo conseguir. Aquí atrás está
todo lo que dejo por lo de más allá. Se supone que es el momento de
un balance, de recapacitar, pero este balance no me mostrará las
razones por las que estoy aquí. No. Este balance lo más que hará
será mostrarme el pasado, mis recuerdos, mi vida y con ello darme
miedo al mostrarme a la vez que es muy posible que nada de eso
vuelva. Pero que no vuelva, no significa que lo hayamos perdido. Todo
lo que hemos vivido queda atrás, a nuestra espalda, como una mochila
llena de provisiones que nos sustentará a lo largo de todo el
camino. Las risas del pasado nos ayudan a reír de nuevo; las
lágrimas nos enseñan a ser más fuertes; los amigos nos apoyan
desde la distancia del pasado como hicieron otras veces; el cariño
nos levanta al caer… el pasado nos ayuda en nuestro futuro,
enseñándonos cómo andar y cómo cruzar murallas. Y ahora sé que
todo lo que he vivido me acompaña en este duro tramo. Aunque no lo
vea, sé que detrás de mis pasos se van marcando los pasos que
dieron a mi lado y gracias a ellos no ando sola en esta larga
muralla. Parecía no tener fin, pero estoy a punto de alcanzarlo.
Infinita, eterna, inalcanzable… pero sé que queda poco para
superarla. Un último esfuerzo. Levantarse. Soportar el frío.
Caminar. Alcanzar el fin del principio y seguir viviendo. Al otro
lado de esta muralla se alza mi nueva vida, nuevos pasos que me
acompañarán el resto de los días. La vida es un camino, andar,
andar y andar. Superar obstáculos, cruzar puentes, atravesar
murallas. Murallas. Una muralla. Una muralla bajo mis pies. Una
muralla que acabo de superar. Sí. Superar. Cierro los ojos. Tomo
aire. Lo expulso lentamente. Mis párpados se abren lentamente. Mis
pulmones se desprenden de una gran bocanada de aire. Observo el
paisaje que se muestra a mis sentidos y a mi futuro. Estoy lista.
Empiezo a caminar de nuevo sin ánimo de parar aún. Y conforme tus
pasos te hacen avanzar, tus pies, todo lo que levas recorrido es el
mejor apoyo para seguir. Y un día, de repente, te das cuenta de que
estás de nuevo en otra muralla, otro momento en el que te tienes que
despedir sin saber lo que te espera. Quizás nunca dejaste esa
muralla, quizás tu vida es una continua muralla en la que cada pasa
queda atrás…Sea como sea, en estos momentos sólo sé que lo único
que puedo hacer es avanzar y, cuando lleguen los momentos de
debilidad, cuando sólo haya oscuridad a mi alrededor, la mejor
opción es mirar el cielo, contemplar la lluvia caer, quedarse quieta
en un rincón, suspirar y abrir los ojos al cielo estrellado mientras
te levantas y vuelves a caminar.