viernes, 12 de noviembre de 2010

duendecillo

Poco a poco mi duendecillo dejó de involucrarse en mi vida, perdió protagonismo en las cosas que me sucedían. Ahora, prácticamente, prescindo de él. De vez en cuando se da cuenta de que su ayuda es imprescindible y me ayuda, sin darme yo cuenta en la mayoría de las ocasiones. Otras veces le dejo que se acomode tranquilo entre mis libros y pasa allí las horas relajado, sin que nadie le moleste. Alguna vez se ha decidido a hablarme de nuevo. Se sienta sobre una pequeña caja que hay sobre mi escritorio y que alberga los recuerdos de un futuro que nunca existió. Se sienta allí. Sus piernecitas cuelgan en la caja mientras él las mueve creando una extraña danza que se esmera en seguir el compás de una música no marcada y en no equivocarse. Lo veo balancearse sobre sí mismo, agarrando con sus manitas el borde de la caja, mirando fijamente el baile de sus zapatos. Parece esperar el momento para decir algo. Cuando encoge el cuello entre los hombros y su rostro dibuja sin querer una disimulada sonrisa de vergüenza lo miro fijamente para que se percate de mi presencia y de que lo observo con cuidado. Sé que eso lo intimida, incluso le dificulta decir aquello que quiere decir, pero es mi modo de darle pie para que empiece a hablar y él así lo interpreta y acepta. Tras mirar un momento el vacío que se cierne entre las suelas de sus zapatos, levanta lentamente su cabecita ladeándola. Me mira callado. Los labios apretados. Entonces habla. Me conduce hasta el pasado, me recuerda momentos olvidados tan lejanos que para mí es como si nunca hubieran sucedido. Me muestra lo que podía haber pasado. Me muestra el futuro que no existió y que guardo en la misma cajita en la que está sentado. Me chantajea al preguntarme si me olvide de mis mariposas amarillas y al mostrarme como una a una fueron muriendo. Sólo lo hace para desconcertarme, aunque sabe que hace mucho que todo aquello fue olvidado y que muchos de esos momentos ni si quieran son un sueño en mi almohada. Sin embargo, no le impido hablar. Le dejo que continúe con su retahíla. Yo me dedico a escucharlo. Simplemente oigo su vocecita entre suplicante e indignada. Intento seguir sus ojitos brillantes mientras apresurado me habla. Cuando encuentro sus pupilas, lo miro intensamente. Esto provoca que su voz poco a poco se vaya perdiendo y que a sus ojos llegue una pregunta que mi rostro firme y sereno hace callar. Otras veces me canso de su vocecilla impertinente y lo hago callar sutilmente. Con cuidado soplo suavemente hacia su carilla. Atenta observo como ante la brisa cierra los ojitos apretando sus párpados con fuerza, echa para atrás la cabecita seguida de su cuerpecito en un ligero movimiento forzado y sus cabellos se desplazan hacia su nuca. Algunas veces creo que incluso lo he visto sonreír en esos momentos. Luego vuelve a su estado anterior: ligeramente inclinado sobre el borde de la caja de secretos apoyando sus manitas. Tarda un rato en abrir de nuevo los ojitos y dirigir su mirada hacia mí. Espero paciente a que lo haga. No tengo prisa. Cuando lo hace le hablo despacito, con delicadeza, para que no se sienta dañado. Le digo que ahora estamos bien, no nos falta nada. El presente está tranquilo y el futuro poco a poco se está forjando como debe de forjarse, por lo que poco me importa el pasado y el futuro que podía haber generado. Le hago ver que realmente soy feliz, porque lo soy. El presente esta tranquilo y mi última mariposa amarilla a buen resguardo. Parece que lo convezco sólo con mis argumentos, argumentos del presente. Sé que él me puso en el camino, sé que él fue quien cambio el pasado para ponerme en este presente, pero no le reprocho nada. Podía echarle en cara que me abandonó, que me dejó sola, que envió a todas mis mariposas amarillas a las aspas del ventilador impidiéndome salvarlas, que borró mi pasado y me dejó sin futuro, pero no lo hago. Debería reprocharle la poca atención que me ofrece, la ayuda invisible que hace tiempo que no me brinda y que me ha vuelto a dejar sola, pero no lo hago. Tenía que haberlo echado de mi vida en el momento en el que me traicionó, pero no lo hice. Debería odiarlo, pero lo tolero. Simplemente le muestro mi felicidad actual. Realmente soy feliz y quiero seguir con el camino en que ahora estoy andando pase lo que pase. Así que le enseño lo que tengo: felicidad. No le echo nada en cara, no le reprocho nada y le permito seguir dando vueltas por aquí y que me acompañe cuando le apetezca. En cierto modo, le debo lo que tengo aunque en su momento me hizo sufrir. Una vez convencido vuelve a acomodarse entre mis libros y no lo vuelvo a molestar.

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