lunes, 24 de noviembre de 2014
Recuerdos inexistentes
Me llenaste la cabeza de recuerdos que nunca llegamos a vivir
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miércoles, 5 de noviembre de 2014
La última copa
Si pudiera detener el tiempo justo en aquel momento en el que me miraste a los ojos y como por un descuido, como si fuese casualidad, pero a la vez con miedo y con cuidado sujetaste uno de mis rizos entre tus dedos y los deslizastes como si fuese el material más delicado del mundo. Ese justo momento en el que sentí la fuerza de atracción de aquel beso que nunca me volverás a dar. ¿Por qué? Por que fue en ese instante en el que me di cuenta de la tristeza de tus ojos y de lo mucho que te dolía aquella estúpida despedida.
martes, 4 de noviembre de 2014
Mr. Brightside
Y nos hacíamos adultos escuchando música indie en una ciudad europea,
añorando una juventud que sabíamos que se nos iba de las manos.
viernes, 31 de octubre de 2014
La muralla
“Dicen que hay una
muralla
Que divide lo que fue
de lo que será,
Entre las ilusiones
vividas
Y las que queremos
realizar”
Estoy en esa muralla. Sola. Despidiéndome de todo lo conocido.
Diciendo adiós a mi vida y afrontando el inicio de una nueva. Sola.
Sin nadie. Preparándome para empezar a andar un camino lleno de
incertidumbre, de dudas. Un camino desconocido. Y yo aquí, en mi
muralla, superando el miedo, la incertidumbre, las ganas de
refugiarme en mi almohada y despertarme un día más para seguir mi
vida de siempre, la que conozco, en la que no tengo miedo a andar.
Pero no hay vuelta atrás. El tiempo no se para. Sólo tiene un
sentido: el futuro. Y yo, en mi muralla veo cómo poco a poco empieza
a amanecer, llega la aurora, llena de vida, llena de esperanza.
Cuando ese momento llegue, no me podré quedar sentada. Tendré que
levantarme. Tendré que andar y dejar atrás esta muralla con mis
dudas y mi miedo. Pero ese momento aún no ha llegado y yo estoy en
mi muralla. Contemplo lo que fui, lo que sentí, y me pregunto cómo
hubiera sido la vida si las cosas hubiesen ocurrido de otro modo.
Aunque nada me hubiera quitado el miedo. Nada cambiaría y mil y una
conjeturas no me ayudan mientras cruzo esta muralla. Porque las cosas
podían haber sucedido de cualquier modo, sin embargo ocurrieron así.
Y así estoy, agazapada en una muralla que marca al fin y a la par
indica el principio. Sin nadie a quien abrazar, abrazo mis piernas.
Sin un hombro sobre el que apoyarme, me apoyo en mis rodillas. Y
aunque nadie me escucha, empiezo a hablar, confiando en que algún
duendecillo se compadezca de mí y me escuche. De momento me escucho
yo. Revivo los momentos que quedan tras esa muralla. Imagino las
situaciones que me aguardan tras ella, pero lo único que puedo
asegurar es que no sé nada de lo que allí se encuentra. No sé si
algo espera allí, o tal vez soy yo quien tiene que llevarlo todo. No
sé nada. La incertidumbre se apodera de mí y me da miedo. Tengo
frío. Un miedo oscuro se acerca lentamente. Cierro los ojos para no
verlo, pero es inútil. Ahí dentro el miedo también está. No viene
de afuera, está dentro y me acorrala. No hay escapatoria. Estoy
sola. Abrazada a mí misma. Intentando esconderme entre sombras, pero
de nada servirá. No se puede huir de la vida. No. La vida hay que
vivirla como viene, a su ritmo. Sin prisa. No hay que tomarla como un
medicamento amargo, intentando pasar cuanto antes el mal trago. No.
Hay que vivir día a día. Sin prisa. La vida tiene su ritmo marcado
y nada la cambia. Si intentas acelerarla sólo la perderás. La vida
no tiene prisa y nos invita a andar a su ritmo, pero nosotros somos
muy impacientes. Nos olvidamos continuamente de que hay que andar
despacio. Observar cada piedra, cada grano de arena, cada uno de los
elementos que salen a nuestro paso. Debemos atenderlos,
investigarlos, saborearlos para luego guardarlos con nitidez, para
tener algo a lo que agarrarnos. Pero nuestra mente es escurridiza y
nosotros no sabemos andar. Nos da igual donde caigan nuestros pasos,
donde dejan huella. Eso no importa. Nosotros andamos con la cabeza
bien alta. Miramos al frente. Pensamos que allí pisaremos, sin mirar
qué es lo que estamos pisando ahora. Y, de pronto, sucede que
tropiezas. O te encuentras con que tu camino va en otra dirección de
la que tú creías, porque no mirabas por donde ibas, mirabas otro
camino. Y no puedes parar. No hay tiempo para meditar. La única
reacción posible es seguir andando. No hay nada que decidir, sólo
hay que andar por el camino. Y aún así no te fijarás por donde
pisas. Sigues mirando al frente y vuelves a vivir la misma situación.
Y de vez en cuando te encuentras en una muralla porque la curva del
camino es muy brusca. Y mientras pasas por esa muralla tienes tiempo
para hacer balance, pero no hagas planes. Yo estoy en esa muralla
mirando todo lo que fue. Cogiendo aire para seguir adelante. Me
gustaría cerrar los ojos y encontrarme de nuevo donde tanto tiempo
pasé. Pero esa no es una solución viable. Lo único que queda ahora
es el futuro, andar hacia delante. ¿Sin mirar atrás? Para empezar
de nuevo es imprescindible no mirar atrás. Para continuar es
imprescindible mirar atrás. Pero aún no sé lo que me toca hacer.
No sé a dónde me conduce esta muralla ni puedo quitarme de la
cabeza todo lo que tras ella queda. Más allá está lo que quiero,
lo nuevo, lo que me ha costado esfuerzo conseguir. Aquí atrás está
todo lo que dejo por lo de más allá. Se supone que es el momento de
un balance, de recapacitar, pero este balance no me mostrará las
razones por las que estoy aquí. No. Este balance lo más que hará
será mostrarme el pasado, mis recuerdos, mi vida y con ello darme
miedo al mostrarme a la vez que es muy posible que nada de eso
vuelva. Pero que no vuelva, no significa que lo hayamos perdido. Todo
lo que hemos vivido queda atrás, a nuestra espalda, como una mochila
llena de provisiones que nos sustentará a lo largo de todo el
camino. Las risas del pasado nos ayudan a reír de nuevo; las
lágrimas nos enseñan a ser más fuertes; los amigos nos apoyan
desde la distancia del pasado como hicieron otras veces; el cariño
nos levanta al caer… el pasado nos ayuda en nuestro futuro,
enseñándonos cómo andar y cómo cruzar murallas. Y ahora sé que
todo lo que he vivido me acompaña en este duro tramo. Aunque no lo
vea, sé que detrás de mis pasos se van marcando los pasos que
dieron a mi lado y gracias a ellos no ando sola en esta larga
muralla. Parecía no tener fin, pero estoy a punto de alcanzarlo.
Infinita, eterna, inalcanzable… pero sé que queda poco para
superarla. Un último esfuerzo. Levantarse. Soportar el frío.
Caminar. Alcanzar el fin del principio y seguir viviendo. Al otro
lado de esta muralla se alza mi nueva vida, nuevos pasos que me
acompañarán el resto de los días. La vida es un camino, andar,
andar y andar. Superar obstáculos, cruzar puentes, atravesar
murallas. Murallas. Una muralla. Una muralla bajo mis pies. Una
muralla que acabo de superar. Sí. Superar. Cierro los ojos. Tomo
aire. Lo expulso lentamente. Mis párpados se abren lentamente. Mis
pulmones se desprenden de una gran bocanada de aire. Observo el
paisaje que se muestra a mis sentidos y a mi futuro. Estoy lista.
Empiezo a caminar de nuevo sin ánimo de parar aún. Y conforme tus
pasos te hacen avanzar, tus pies, todo lo que levas recorrido es el
mejor apoyo para seguir. Y un día, de repente, te das cuenta de que
estás de nuevo en otra muralla, otro momento en el que te tienes que
despedir sin saber lo que te espera. Quizás nunca dejaste esa
muralla, quizás tu vida es una continua muralla en la que cada pasa
queda atrás…Sea como sea, en estos momentos sólo sé que lo único
que puedo hacer es avanzar y, cuando lleguen los momentos de
debilidad, cuando sólo haya oscuridad a mi alrededor, la mejor
opción es mirar el cielo, contemplar la lluvia caer, quedarse quieta
en un rincón, suspirar y abrir los ojos al cielo estrellado mientras
te levantas y vuelves a caminar.
miércoles, 3 de septiembre de 2014
una canción indie
Recuerdo cuando la vida era una canción indie. Cuando lo único que hacíamos era cerrar los ojos, beber otro trago y bailar al ritmo de la música indie de aquel bar sin escuchar nada más. Cuando creíamos que no había nada más que estos veintitantos, cuando aspirábamos a comernos el mundo dando caladas a un cigarrillo con una copa en la mano. Y aun en la calle, dentro de nuestra cabeza, sonaba esa canción...
Hoy, tantos y tan pocos años después, recuerdo esas noches con la niebla de los sueños y el naranja de las farolas. Vagábamos como si el mundo nos esperase. Hoy, por muy lata que pongamos la música, esa canción ya no es nítida y sabemos que no esperamos nada más del mundo.
Recuerdo cuando no había pequeños placeres de la vida, porque la vida era el propio placer. Hoy, tenemos que buscarlos al llegar del trabajo en una copa de vino, en una tranquila canción de fondo, mientras preparamos un risotto.
Hoy miro las fotos y los recuerdos y me pregunto dónde están y me digo que quizás todo fue un sueño.
martes, 22 de julio de 2014
todos los caminos acaban llevando a alguna parte
- Dime Minino de Cheshire, ¿Qué camino debo tomar?
- Eso depende de a dónde quieras ir.
- Eso da igual.
- En ese caso, da igual el camino que tomes.
- Bueno es que quiero llegar a alguna parte.
- No te preocupes, todos los caminos acaban llevando a alguna parte.
- Eso depende de a dónde quieras ir.
- Eso da igual.
- En ese caso, da igual el camino que tomes.
- Bueno es que quiero llegar a alguna parte.
- No te preocupes, todos los caminos acaban llevando a alguna parte.
viernes, 9 de mayo de 2014
Querido tú:
Querido tú,
Sí, tú. Tú que miras siempre con indiferencia y superioridad a los demás. Tú, que consideras todo lo tuyo lo mejor, que te ciegas ante lo de los demás y que atiendes pocas explicaciones. Tú, que por encima de todas las cosas tu objetivo aquí y en todo es quedar por encima de los demás.
Sí, tú, que alzas la voz en todas las conversaciones, que tu tono es más alto que el de los demás y que interrumpes a los demás a gritos. Tú, que piensas que todos tenemos que estar agradecidos por estar al rededor de ti. Tú, que quieres que todos vayan detrás de ti porque en el fondo sabes que eras una mierda...
Sí, tú. Al final eres todo inseguridad y fachada. Sí, tú. Que necesitar quedar por encima para sentirte algo, pero que realmente no tienes personalidad.
Sí, tú. Que vas de independiente y duro, pero acabas siempre mangoneado por alguien que intenta convertirte en lo que no eres, pero tú estás cegado en que eso eres tú, que tú lo has elegido y que eres lo mejor. Sí, tú, creyéndote siempre por encima y sin darte cuenta que tú estás por debajo.
Sí, tú, que intentas eclipsarme, pero sólo te eclipsas a ti. No intentes meterme en tu secta.
Date cuenta, tú, que el mundo no gira a tu al rededor y déjame ser yo.
Un saludo,
Yo
Sí, tú. Tú que miras siempre con indiferencia y superioridad a los demás. Tú, que consideras todo lo tuyo lo mejor, que te ciegas ante lo de los demás y que atiendes pocas explicaciones. Tú, que por encima de todas las cosas tu objetivo aquí y en todo es quedar por encima de los demás.
Sí, tú, que alzas la voz en todas las conversaciones, que tu tono es más alto que el de los demás y que interrumpes a los demás a gritos. Tú, que piensas que todos tenemos que estar agradecidos por estar al rededor de ti. Tú, que quieres que todos vayan detrás de ti porque en el fondo sabes que eras una mierda...
Sí, tú. Al final eres todo inseguridad y fachada. Sí, tú. Que necesitar quedar por encima para sentirte algo, pero que realmente no tienes personalidad.
Sí, tú. Que vas de independiente y duro, pero acabas siempre mangoneado por alguien que intenta convertirte en lo que no eres, pero tú estás cegado en que eso eres tú, que tú lo has elegido y que eres lo mejor. Sí, tú, creyéndote siempre por encima y sin darte cuenta que tú estás por debajo.
Sí, tú, que intentas eclipsarme, pero sólo te eclipsas a ti. No intentes meterme en tu secta.
Date cuenta, tú, que el mundo no gira a tu al rededor y déjame ser yo.
Un saludo,
Yo
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domingo, 23 de marzo de 2014
Esa inseguridad
Esos días en los que no sabes lo que quieres. En los que odias la rutina y la seguridad. Esos días en los que tirarías todo por la borda, bueno y malo, pero sobre todo bueno... todo por un quizás, por un tal vez... Por esa inseguridad de no saber, de querer descifrar en cada mirada si te buscan o no. Por esos momentos de tensión esperando un beso, esperando saber si todo lo que hace es por ti o no, si te busca con la mirada como haces tú... Esa inseguridad, ese no saber si te quiere o no te quiere, de si jamás acabaréis juntos...
sábado, 1 de marzo de 2014
un sueño
Estaba en una mansión
antigua, laberíntica. Estaba en el sótano, por debajo de la tierra, eso
lo sabía aunque no había ningún indicio de ello. Pero yo lo sabía. Había
ventanas, pero de ellas nunca llegaba luz. Era como un palacio, lleno
de habitaciones que conducían a más habitaciones, a cuál más curiosa.
Descubrí una habitación, aunque primero descubrí la puerta.
Era una puerta dorada, con cristaleras. Sobre la cristalera había
grabadas notas de música y, al abrir la puerta, me di cuenta de que
estaba vieja, podrida. Las notas se descolgaban, la madera estaba
carcomida y la pintura se desquebrajada. Al entrar, descubrí la
habitación.
Estaba ricamente adornada, con hilo de oro haciendo dibujos en
las paredes. Cubiertas de polvo. Grandes cortinas colgaban de las
ventanas que no emanaban luz. Era una sala grande, llena de pianos. Me
acerqué uno a uno. Todos eran diferentes, con atriles tallados, detalles
en oro, dibujos hermosos, partituras esperando a ser tocadas... Pero al
acercarme, me daba cuenta de que estaban viejos. La pintura se caía,
faltaban teclas y trozos de madera. Parecía, igual que la puerta, que si
la tocabas, se convertiría en polvo.
Ahora me doy cuenta de que todo en el sueño era de color
naranja. Naranja, como el color de mis pesadillas. Como el cielo naranja
y sin estrellas de Madrid.
No obstante, yo no tenía miedo,
porque cuando seguí vagando por el largo pasillo te encontré. Fuimos a
descubrir las habitaciones, me querías enseñar el lugar. Entonces
reconocí en una puerta desvencijada unas notas musicales doradas que
colgaban de la madera vieja. Te dije que era la sala de música y que ya
la conocía.
Al entrar contigo y ver de nuevo uno a uno los pianos, me
gustaron. Sí, seguían siendo viejos, pero me pareció un lugar agradable
incluso te dije que aquella habitación sería donde enseñaríamos piano a
los niños. Tú dijiste que allí también aprenderían gnomo. Un idioma
antiguo en aquel universo extraño, así como el griego...
Al salir de ahí me dijiste que me enseñarías un lugar secreto.
Tu reino. Era una ventana enorme por la que entraba luz de verdad. Era
luz del sol, luz de una mañana clara de primavera. El pollo de la
ventana era una agradable sofá que invitaba a sentarse a leer. La
ventana era larga como el infinito y, ambos lados, tenía estanterías
recubiertas de libros. Libros infinitos. Más allá de lo que mi vista
lograba alcanzar. Todo era de colores: verde, rosa, azul... No había
naranja.
Me contaste al oído que aquel lugar tenían la particular de
ser un estado. No pertenecía a ningún país y a nadie más por que tú eras
su rey. Pero cuando llegamos, había alguien ocupando el sofá. Habían
invadido tu estado.
Nos alejamos de allí y anduvimos largo tiempo por las
habitaciones que volvían a tener el color de las pesadillas. Aunque yo
estaba tranquila y no sentía miedo.
Sentados frente a un
piano, los dos en la misma banqueta, tocábamos las teclas, pensativos y
tristes porque no tenías reino. Me dijiste que no me preocupara, que
tenías una idea para recuperarlo. Sólo había que quedarse cerca y,
cuando la persona que hubiera allí se marchara, podríamos ir los dos y
sería nuestro estado. Lejos de los demás, rodeados de libros y sin el
color de las pesadillas.
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