viernes, 30 de diciembre de 2011

Atardecer


En árida llanura amarilla, cercada por un anfiteatro de montañuelas calvas y telarañosas, iba atardeciendo muy despacio. Crepúsculo interminable; del cielo cárdeno parecía descender lluvia de ceniza sutil; y el sol, que detrás de los cerros se ponía, era un globo sin calor, medio apagado, enorme, una pupila de cíclope agonizante.
Tan doliente paisaje ofrecía los tonos secos, mitigados y polvorientos de los antiguos tapices, y las figuras que sobre el paisaje comenzaron a desfilar en caricaturesca procesión, de tapiz eran también: de tapiz o de orla de códice cuatrocentista. El cuadro se contaba en el número de los espantos que el arte ha querido agregar a los espantos de la naturaleza.

martes, 27 de diciembre de 2011

Cosas que no me gustan de la Navidad

La Navidad es una época de amor, ilusión, esperanza... sobre todo esperanza. Nos pasamos los días esperando a que llegue la Navidad, porque con ella podremos estar con las personas que más queremos. Esperamos que ellas den lo mejor de sí por nosotros. Esperamos que todo vaya bien en estos días, que no haya problemas. Esperamos poder estar con todo el mundo. Esperamos que la Navidad sea un remanso de paz de felicidad en medio del ajetreo y los disgustos que nos da la vida. Y nos quedamos esperando... Porque además de ilusión, es época de desilusión. Esa época en la que la gente te decepciona aún más porque no viene o no dan todo lo que esperamos de ellos. Porque deseas estar con todos y no puedes complacerlos. Porque los problemas parecen más graves en Navidad. Porque las pérdidas son también más dolorosas en Navidad.

Hemos idealizado de tal modo la Navidad, que todo el mundo espera algo de ella, y espera y espera....y se desilusiona.

jueves, 15 de diciembre de 2011

be alone - Audry Hepburt


"Tengo que estar sola a menudo. Sería un poco feliz si me pasase desde el sábado por la noche hasta el lunes por la mañana sola en mi apartamento. Así es como me recargo"

martes, 6 de diciembre de 2011

la historia de Rossy Brown


Andando el tiempo se verán las caras, esos que gritan por las esquinas viva la revolución. 
Degeneramos, compañeros. Preguntad al mozo de telégrafos si le gusta la historia de Rossy Brown.

Rossy partió bajo la luna, una noche de fiesta en casa de Míster Brown. 
Un caballero la envolvió en su capa y a sus sueños la llevó.

Regresó luego, triste y perdida, y a los pies de la mamá sollozó: 
Yo no sabía qué me decía aquella noche, verbena de San Juan,
cuando dije estoy cansada y tengo sueño, mañana ya os veré. 
Tengo una herida y un hijo muerto. Sólo su capa Jim me dejó. Era
mi dueño, y aunque lo digan, Jim nunca fue salteador.

Lo saben Rossy y la cocinera que en el ajo estuvo en la ocasión: 
Jim vuelve siempre. De madrugada su canción canta a las muchachas
de negros ojos y dulce voz:

        Un amor tiene cualquiera
        pero Dulce Jim, no

Y es que el mozo de telégrafos está enamorado, y no sabe qué hacer 
para que la hija de la portera entienda que no es muchacho del montón.




 Ana María Moix

sábado, 19 de noviembre de 2011

¿Dónde dejo mis tomates?

Hace mucho que saliste de mi vida y, si te soy sincera, he pasado completamente página de ello. Muchos días ni me acuerdo de que me hubiera liado la manta a la cabeza, sin pensarlo, a tontas y alocas, por seguirte al fin del mundo, de cualquier mundo, al que quisieras llevarme. Ni siquiera sé dónde guardo esas fotos descoloridas que reflejaban mi sonrisa junto a la tuya. Porque yo era feliz con el sólo placer de estar contigo, de que llamaras a mi puerta y decidieras pasar la noche conmigo.

Recuerdo aquella noche, a las tres de la madrugada, cuando apareciste en la mirilla de mi puerta y yo, recién despertada de un sueño, te recogí en mi cama mientras tus manos arropaban de nuevo mis sueños, aquellos que yo también creía tuyos. Fue aquella noche, enredado en mis sábanas y en mi pelo, cuando dijiste medio borracho que nos fuéramos a París, y me abrazaras fuerte, como si temieras que fuera a desvanecerme o marcharme sin más.

(...)

Recuerdo... para qué engañarnos, recuerdo cada segundo que pasé contigo, cada palabra y caricia que me regalaste, cada sonrisa de niño que me derretía y que me hacía idear locuras más allá de ese presente imperfecto que vivíamos, deseando que cada momento que pasaba contigo fuera el más perfecto de nuestra existencia. Hay veces en las que me siento demasiado estúpida por guardar todavía esos recuerdos llenos de polvo que seguro que tú ya has desechado y has cambiado. Recuerdos que quizás hallas vendido en una noche de borrachera por el bajo de la falda de alguien a quien le importas menos de lo que un día me importaste a mí.

Sin embargo, lo que me duele de toda esta historia es que lo que debería haber guardado de mis días contigo, sencillamente no está, se ha ido de mi cabeza como si alguien hubiera apagado un vela ahí. 

Recuerdo que siempre me decías dónde tenía que guardar los tomates porque yo siempre los guardaba mal. Pero no recuerdo dónde debía guardarlos. No recuerdo si debía guardarlos en el frigorífico o fuera de él. Recuerdo tu sorpresa e indignación al ver mis tomates en algún lugar que no consigo recordar y como me decías que ahí no debían ir. Cuando yo llegaba del supermercado, feliz con mi compra y orgullosa por tal proeza y luego tú, llegabas por la noche, con tu gorro y tu abrigo, con las manos en los bolsillos y te espantabas.

Odio no poder recordarlo, porque cada vez que saco los tomates de mi bolsa de la compra me acuerdo de ti, de tu cara de niño enfadado, con esos graciosos rizos rubios que colgaban por tu frente y los ojos azules que me acusaban con tu boca fruncida por no saber dónde guardar la verdura. Le doy vueltas y vueltas y no consigo acordarme y al final las gotas rojas del jugo que cuelgan sobre la mesa de la cocina se juntan con mis lágrimas, mientras acuso a ese pobre tomate de no saberle dar un lugar, porque no te puedo acusar a ti. Porque es mi culpa y ahora ya no sé dónde dejar mis tomates. Porque desde el día en el que me dejaste, con tu sombra en la ventana, mis tomates se tambalean de un lado para otro, de la nevera al frutero del rincón, sin saber dónde está su lugar.

sábado, 22 de octubre de 2011

Las ratas del cementerio

El viejo Masson, guardián de uno de los más antiguos y descuidados cementerios de Salem, sostenía una verdadera contienda con las ratas. Hacía varias generaciones, se había asentado en el cementerio una colonia de ratas enormes procedentes de los muelles. Cuando Masson asumió su cargo, tras la inexplicable desaparición del guardián anterior, decidió hacerlas desaparecer. Al principio colocaba cepos y comida envenenada junto a sus madrigueras; más tarde, intentó exterminarlas a tiros. Pero todo fue inútil. Seguía habiendo ratas. Sus hordas voraces se multiplicaban e infestaban el cementerio.
Eran grandes, aun tratándose de la especie mus decumanus, cuyos ejemplares miden a veces más de treinta y cinco centímetros de largo sin contar la cola pelada y gris. Masson las había visto hasta del tamaño de un gato; y cuando los sepultureros descubrían alguna madriguera, comprobaban con asombro que por aquellas malolientes galerías cabía sobradamente el cuerpo de una persona. Al parecer, los barcos que antaño atracaban en los ruinosos muelles de Salem debieron de transportar cargamentos muy extraños.
Masson se asombraba a veces de las extraordinarias proporciones de estas madrigueras. Recordaba ciertos relatos inquietantes que le habían contado al llegar a la vieja y embrujada ciudad de Salem. Eran relatos que hablaban de una vida larvaria que persistía en la muerte, oculta en las olvidadas madrigueras de la tierra. Ya habían pasado los viejos tiempos en que Cotton Mather exterminara los cultos perversos y los ritos orgiásticos celebrados en honor de Hécate y de la siniestra Magna Mater. Pero todavía se alzaban las tenebrosas casas de torcidas buhardillas, de fachadas inclinadas y leprosas, en cuyos sótanos, según se decía, aún se ocultaban secretos blasfemos y se celebraban ritos que desafiaban tanto a la ley como a la cordura. Moviendo significativamente sus cabezas canosas, los viejos aseguraban que, en los antiguos cementerios de Salem, había bajo tierra cosas peores que gusanos y ratas.
En cuanto a estos roedores, ciertamente, Masson les tenía aversión y respeto. Sabía el peligro que acechaba en sus dientes afilados y brillantes. Pero no comprendía el horror que los viejos sentían por las casas vacías, infestadas de ratas. Había oído rumores sobre ciertas criaturas horribles que moraban en las profundidades de la tierra y tenían poder sobre las ratas, a las que agrupaban en ejércitos disciplinados. Según decían los ancianos, las ratas servían de mensajeras entre este mundo y las cavernas que se abrían en las entrañas de la tierra, muy por debajo de Salem. Y aún se decía que algunos cuerpos habían sido robados de las sepulturas con el fin de celebrar festines subterráneos y nocturnos. El mito del flautista de Hamelin era una leyenda que ocultaba, en forma de alegoría, un horror blasfemo; y según ellos, los negros abismos habían parido abortos infernales que jamás salieron a la luz del día.
Masson no hacía ningún caso de semejantes relatos. No fraternizaba con sus vecinos y, de hecho, hacía lo posible por mantener en secreto la existencia de las ratas. De conocerse el problema quizá iniciasen una investigación, en cuyo caso tendrían que abrir muchas sepulturas. Y en efecto, hallarían ataúdes perforados y vacíos que atribuirían a las actividades de las ratas. Pero descubrirían también algunos cuerpos con mutilaciones muy comprometedoras para Masson.
Los dientes postizos suelen hacerse de oro puro, y no se los extraen a uno cuando muere. Las ropas, naturalmente, son harina de otro costal, porque la compañía de pompas fúnebres suele proporcionar un traje de paño sencillo, perfectamente reconocible después. Pero el oro no lo es. Además, Masson negociaba también con algunos estudiantes de medicina y médicos poco escrupulosos que necesitaban cadáveres sin importarles demasiado su procedencia.
Hasta entonces, Masson se las había arreglado muy bien para que no se iniciase una investigación. Había negado ferozmente la existencia de las ratas, aun cuando algunas veces éstas le hubiesen arrebatado el botín. A Masson no le preocupaba lo que pudiera suceder con los cuerpos, después de haberlos expoliado, pero las ratas solían arrastrar el cadáver entero por un boquete que ellas mismas roían en el ataúd.
El tamaño de aquellos agujeros tenía a Masson asombrado. Por otra parte, se daba la curiosa circunstancia de que las ratas horadaban siempre los ataúdes por uno de los extremos, y no por los lados. Parecía como si las ratas trabajasen bajo la dirección de algún guía dotado de inteligencia.
Ahora se encontraba ante una sepultura abierta. Acababa de quitar la última paletada de tierra húmeda y de arrojarla al montón que había ido formando a un lado. Desde hacía varias semanas, no paraba de caer una llovizna fría y constante. El cementerio era un lodazal de barro pegajoso, del que surgían las mojadas lápidas en formaciones irregulares. Las ratas se habían retirado a sus agujeros; no se veía ni una. Pero el rostro flaco y desgalichado de Masson reflejaba una sombra de inquietud. Había terminado de descubrir la tapa de un ataúd de madera.
Hacía varios días que lo habían enterrado, pero Masson no se había atrevido a desenterrarlo antes. Los parientes del fallecido venían a menudo a visitar su tumba, aun lloviendo. Pero a estas horas de la noche, no era fácil que vinieran, por mucho dolor y pena que sintiesen. Y con este pensamiento tranquilizador, se enderezó y echó a un lado la pala.
Desde la colina donde estaba situado el cementerio, se veían parpadear débilmente las luces de Salem a través de la lluvia pertinaz. Sacó la linterna del bolsillo porque iba a necesitar luz. Apartó la pata y se inclinó a revisar los cierres de la caja.
De repente, se quedó rígido. Bajo sus pies había notado un rebullir inquieto, como si algo arañara o se revolviera dentro. Por un momento, sintió una punzada de terror supersticioso, que pronto dio paso a una rabia furiosa, al comprender el significado de aquellos ruidos. ¡Las ratas se le habían adelantado otra vez!
En un rapto de cólera, Masson arrancó lo cierres del ataúd Metió el canto de la pata bajo la tapa e hizo palanca, hasta que pudo levantarla con las dos manos. Luego encendió la linterna y la enfocó al interior del ataúd.
La lluvia salpicaba el blanco tapizado de raso: el ataúd estaba vacío. Masson percibió un movimiento furtivo en la cabecera de la caja y dirigió hacia allí la luz.
El extremo del sarcófago habla sido horadado, y el boquete comunicaba con una galería, al parecer, pues en aquel mismo momento desaparecía por allí, a tirones, un pie fláccido enfundado en su correspondiente zapato. Masson comprendió que las ratas se le habían adelantado, esta vez, sólo unos instantes. Se dejó caer a gatas y agarró el zapato con todas sus fuerzas. Se le cayó la linterna dentro del ataúd y se apagó de golpe. De un tirón, el zapato le fue arrancado de las manos en medio de una algarabía de chillidos agudos y excitados. Un momento después, había recuperado la linterna y la enfocaba por el agujero. Era enorme. Tenía que serlo; de lo contrario, no habrían podido arrastrar el cadáver a través de él. Masson intentó imaginarse el tamaño de aquellas ratas capaces de tirar del cuerpo de un hombre. De todos modos, él llevaba su revólver cargado en el bolsillo, y esto le tranquilizaba. De haberse tratado del cadáver de una persona ordinaria, Masson habría abandonado su presa a las ratas, antes de aventurarse por aquella estrecha madriguera; pero recordó los gemelos de sus puños y el alfiler de su corbata, cuya perla debía ser indudablemente auténtica, y, sin pensarlo más, se prendió la linterna al cinturón y se metió por el boquete. El acceso era angosto. Delante de sí, a la luz de la linterna, podía ver cómo las suelas de los zapatos seguían siendo arrastradas hacia el fondo del túnel de tierra. También él trató de arrastrarse lo más rápidamente posible, pero había momentos en que apenas era capaz de avanzar, aprisionado entre aquellas estrechas paredes de tierra.
El aire se hacía irrespirable por el hedor de la carroña. Masson decidió que, si no alcanzaba el cadáver en un minuto, volvería para atrás. Los temores supersticiosos empezaban a agitarse en su imaginación, aunque la codicia le instaba a proseguir. Siguió adelante, y cruzó varias bocas de túneles adyacentes. Las paredes de la madriguera estaban húmedas y pegajosas. Por dos veces oyó a sus espaldas pequeños desprendimientos de tierra. El segundo de éstos le hizo volver la cabeza. No vio nada, naturalmente, hasta que enfocó la linterna en esa dirección.
Entonces vio varios montones de barro que casi obstruían la galería que acababa de recorrer. El peligro de su situación se le apareció de pronto en toda su espantosa realidad. El corazón le latía con fuerza sólo de pensar en la posibilidad de un hundimiento. Decidió abandonar su persecución, a pesar de que casi había alcanzado el cadáver y las criaturas invisibles que lo arrastraban. Pero había algo más, en lo que tampoco había pensado: el túnel era demasiado estrecho para dar la vuelta.
El pánico se apoderó de él, por un segundo, pero recordó la boca lateral que acababa de pasar, y retrocedió dificultosamente hasta que llegó a ella. Introdujo allí las piernas, hasta que pudo dar la vuelta. Luego, comenzó a avanzar precipitadamente hacia la salida, pese al dolor de sus rodillas magulladas.
De súbito, una punzada le traspasó la pierna. Sintió que unos dientes afilados se le hundían en la carne, y pateó frenéticamente para librarse de sus agresores. Oyó un chillido penetrante, y el rumor presuroso de una multitud de patas que se escabullían. Al enfocar la linterna hacia atrás, dejé escapar un gemido de horror: una docena de enormes ratas le miraban atentamente, y sus ojillos malignos brillaban bajo la luz. Eran unos bichos deformes, grandes como gatos. Tras ellos vislumbré una forma negruzca que desapareció en la oscuridad. Se estremeció ante las increíbles proporciones de aquella sombra apenas vista.
La luz contuvo a las ratas durante un momento, pero no tardaron en volver a acercarse furtivamente. Al resplandor de la linterna, sus dientes parecían teñidos de un naranja oscuro. Masson forcejeó con su pistola, consiguió sacarla de su bolsillo y apuntó cuidadosamente. Estaba en una posición difícil. Procuró pegar los pies a las mojadas paredes de la madriguera para no herirse.
El estruendo del disparo le dejó sordo durante unos instantes. Después, una vez disipado el humo, vio que las ratas habían desaparecido. Se guardó la pistola y comenzó a reptar velozmente a lo largo del túnel. Pero no tardó en oír de nuevo las carreras de las ratas, que se le echaron encima otra vez.
Se le amontonaron sobre las piernas, mordiéndole y chillando de manera enloquecedora. Masson empezó a gritar mientras echaba mano a la pistola. Disparó sin apuntar, de suerte que no se hirió de milagro. Esta vez las ratas no se alejaron demasiado. No obstante, Masson aprovechó la tregua para reptar lo más deprisa que pudo, dispuesto a hacer fuego a la primera señal de un nuevo ataque.
Oyó movimientos de patas y alumbró hacia atrás con la linterna. Una enorme rata gris se paró en seco y se quedó mirándole, sacudiendo sus largos bigotes y moviendo de un lado a otro, muy despacio, su cola áspera y pelada. Masson disparó y la rata echó a correr. Continuó arrastrándose. Se había detenido un momento a descansar, junto a la negra abertura de un túnel lateral, cuando descubrió un bulto informe sobre la tierra mojada, un poco más adelante. De momento, lo tomó por un montón de tierra desprendido del techo; luego vio que era un cuerpo humano.
Se trataba de una momia negruzca y arrugada, y Masson se dio cuenta, preso de un pánico sin límites, de que se movía.
Aquella cosa monstruosa avanzaba hacia él y, a la luz de la linterna, vio su rostro horrible a muy poca distancia del suyo. Era una calavera casi descarnada, la faz de un cadáver que ya llevaba años enterrado, pero animada de una vida infernal. Tenía unos ojos vidriosos, hinchados y saltones, que delataban su ceguera, y, al avanzar hacia Masson, lanzó un gemido plañidero y entreabrió sus labios pustulosos, desgarrados en una mueca de hambre espantosa. Masson sintió que se le helaba la sangre.
Cuando aquel Horror estaba ya a punto de rozarle. Masson se precipitó frenéticamente por la abertura lateral. Oyó arañar en la tierra, justo a sus pies, y el confuso gruñido de la criatura que le seguía de cerca. Masson miró por encima del hombro, gritó y trató de avanzar desesperadamente por la estrecha galería. Reptaba con torpeza; las piedras afiladas le herían las manos y las rodillas. El barro le salpicaba en los ojos, pero no se atrevió a detenerse ni un segundo. Continuó avanzando a gatas, jadeando, rezando y maldiciendo histéricamente.
Con chillidos triunfales, las ratas se precipitaron de nuevo sobre él con una horrible voracidad pintada en sus ojillos. Masson estuvo a punto de sucumbir bajo sus dientes, pero logró desembarazarse de ellas: el pasadizo se estrechaba y, sobrecogido por el pánico, pataleó, gritó y disparó hasta que el gatillo pegó sobre una cápsula vacía. Pero había rechazado las ratas.
Observó entonces que se hallaba bajo una piedra grande, encajada en la parte superior de la galería, que le oprimía cruelmente la espalda. Al tratar de avanzar notó que la piedra se movía, y se le ocurrió una idea: ¡Si pudiera dejarla caer, de forma que obstruyese el túnel! La tierra estaba empapada por el agua de la lluvia. Se enderezó y se puso a quitar el barro que sujetaba la piedra. Las ratas se aproximaban. Veía brillar sus ojos al resplandor de la linterna. Siguió cavando, frenético, en la tierra. La piedra cedía. Tiró de ella y la movió de sus cimientos.
Se acercaban las ratas... Era el enorme ejemplar que había visto antes. Gris, leprosa, repugnante, avanzaba enseñando sus dientes anaranjados. Masson dio un último tirón de la piedra, y la sintió resbalar hacia abajo. Entonces reanudó su camino a rastras por el túnel. La piedra se derrumbó tras él, y oyó un repentino alarido de agonía. Sobre sus piernas se desplomaron algunos terrones mojados. Más adelante, le atrapó los pies un desprendimiento considerable, del que logró desembarazarse con dificultad. ¡El túnel entero se estaba desmoronando!
Jadeando de terror, Masson avanzaba mientras la tierra se desprendía tras él. El túnel seguía estrechándose, hasta que llegó un momento en que apenas pudo hacer uso de sus manos y piernas para avanzar. Se retorció como una anguila hasta que, de pronto, notó un jirón de raso bajo sus dedos crispados; y luego su cabeza chocó contra algo que le impedía continuar. Movió las piernas y pudo comprobar que no las tenía apresadas por la tierra desprendida. Estaba boca abajo. Al tratar de incorporarse, se encontró con que el techo del túnel estaba a escasos centímetros de su espalda. El terror le descompuso.
Al salirle al paso aquel ser espantoso y ciego, se había desviado por un túnel lateral, por un túnel que no tenía salida. ¡Se encontraba en un ataúd, en un ataúd vacío, al que había entrado por el agujero que las ratas habían practicado en su extremo! Intentó ponerse boca arriba, pero no pudo. La tapa del ataúd le mantenía inexorablemente inmóvil. Tomó aliento entonces, e hizo fuerza contra la tapa. Era inamovible, y aun si lograse escapar del sarcófago, ¿cómo podría excavar una salida a través del metro y medio de tierra que tenía encima?
Respiraba con dificultad. Hacía un calor sofocante y el hedor era irresistible. En un paroxismo de terror, desgarró y arañó el forro acolchado hasta destrozarlo. Hizo un inútil intento por cavar con los pies en la tierra desprendida que le impedía la retirada. Si lograse solamente cambiar de postura, podría excavar con las uñas una salida hacia el aire... hacia el aire...
Una agonía candente penetró en su pecho; el pulso le dolía en los globos de los ojos. Parecía como si la cabeza se le fuera hinchando, a punto de estallar. Y de súbito, oyó los triunfales chillidos de las ratas. Comenzó a gritar, enloquecido, pero no pudo rechazarlas esta vez. Durante un momento, se revolvió histéricamente en su estrecha prisión, y luego se calmó, boqueando por falta de aire. Cerró los ojos, sacó su lengua ennegrecida, y se hundió en la negrura de la muerte, con los locos chillidos de las ratas taladrándole los oídos.

Henry Kuttner.

lunes, 19 de septiembre de 2011

esperando una sensación

Esperaba con tanto ahínco e ilusión la llegada de aquel momento que la impaciencia de la espera lo eclipsó todo. 

Leyó la carta de papel azulado que acaba de llegar sin prestar atención a lo que había, con miedo de llegar a la última línea y descubrir en la última línea la decepción. Pero allí sólo estaba la alegría. Sonrió y gritó. Por fin lo había conseguido. Pero aquella sensación de liberación de la que todo el mundo le había hablado no estaba ahí. Entonces decidió seguir esperando un poquito más.

Salió a pasear, a liberar su mente de angustias y miedo que ya no tenían sentido para así dejar paso a la sensación de libertad. Y cuando llegó a casa se sentó en el sillón, frente a la ventana que le enseñaba el atardecer como si fuese un estreno de cine. El papel azul de la carta todavía estaba allí. Leyó las letras impresas de nuevo, esperando otra vez su sensación. Entonces se dio cuenta.

Se dio cuenta de que aquella sensación de libertad no era la sensación del fin. Era la sensación de un nuevo comienzo todavía más cargado de ilusión y nuevos proyectos. Aquella era su libertad, no saber que todo había acabado, sino que todo podía empezar.

Sin duda algo acababa, no volvería a andar por aquellos pasillos y aquellas calles, todas esas personas desaparecían de la noche a la mañana de su vida y con ellas todos los planes e ilusiones que un día improvisaron juntos. Pero aquella sensación no estaba ahí, sólo la felicidad de saber que todo empezaba de nuevo, con nuevos proyectos, nuevas ilusiones y nuevos planes y buenos momentos que improvisar.

Por fin ahí estaba, como el claro de un bosque, como la cima de na montaña, como un helado recién comprado: la sensación de libertad que da acabar con cuatro años de esfuerzo e ilusión.

domingo, 11 de septiembre de 2011

esperar

Se puede decir que había devorado la semana esperando la vuelta de aquella hora, y esperar significa adelantar, significa percibir la duración y el presente no como un don, sino como un obstáculo, negar y destruir su valor propicio y franquearlos en espíritu. Se dice que esperar es siempre largo. Pero también es igualmente corto, porque se devoran cantidades de tiempo sin que se las viva ni se las utilice en sí mismas. Se podría decir que el que no hace más que esperar se asemeja a un gran tragón cuyo órgano nutritivo arroja los alimentos sin extraer su valor alimenticio. Se podría ir más lejos y decir: así como un alimento no digerido no fortifica al hombre, de la misma manera que el tiempo que se pasa esperando no le envejece. Es verdad que el esperar puro y sin mezcla no tiene existencia

La montaña mágica,  Thomas Mann

lunes, 5 de septiembre de 2011

Tristana

"La señorita y la criada hacían muy buenas migas. Sin la compañía y los consejos de Saturna, la vida de Tristana habría sido intolerable. Charlaban trabajando y en los descansos charlaban todavía más. Refería la criada sucesos de su vida, pintándole el mundo y los hombres con sincero realismo, sin ennegrecer ni poetizar los cuadros; y la señorita, que apenas tenía pasado de contar, alzábase a los espacios del suponer y del presumir, armando castilletes de vida futura, como los juegos de la infancia con cuatro tejuelas y algunos montoncitos de tierra. Eran la historia y la poesía asociadas en feliz maridaje. Saturna enseñaba, la niña de don Lupe creaba, fundando sus atrevidos ideales en los hechos de la otra. 

(...)

Y entre las mil cosas que aprendió Tristana en aquellos días, sin que nadie se las enseñara, aprendió también a disimular, a valerse de las ductilidades de la palabra, a poner en el mecanismo de la vida esos muelles que la hacen flexible, esos apagadores que ensordecen el ruido, esas desviaciones hábiles del movimiento rectilíneo, casi siempre peligroso. Era que don Lope, sin que ninguno de los dos se diese cuenta de ello, habíale hecho su discípula, y algunas ideas de las que con toda su lozanía florecían en la mente de la joven procedían del semillero de su amante y por fatalidad maestro. Hallábase Tristana en esa edad y sazón en que las ideas se pegan, en que ocurren los más graves contagios del vocabulario personal, de las maneras y hasta del carácter."

Tristana, Benito Pérez Galdós

domingo, 4 de septiembre de 2011

uno de esos días más

Sólo es uno de esos días más en los que por un segundo estás enfadada con el mundo. Cuando sientes, como tantas otras veces, que desentonas con el mundo. Que has llegado a un punto, sólo por unos segundos, en los que no te apetece ver a nadie más. Podrías enfadarte con todos, pero sabes que gritar no sirve de nada.

Ves las fotografías y sientes que no encajas aquí. A veces lo peor es que no te duele no encajar.

Es sólo uno de esos días en los que nada te apetece. Solo quiero sentarme en mi escritorio, con un chándal o un pijama, sentada sobre mis piernas cruzadas, bebiendo un té, leyendo lo que sea. Sabiendo que sólo es un día más y que esta angustiosa sensación, la del tiempo parado, se va ir.

Sólo es uno de esos días más.

martes, 30 de agosto de 2011

Esperando el otoño...

Sonrió. Llevaba meses esperando a que llegara aquel día. Esperaba el otoño como quien espera los regalos de Navidad.
Se levantaba y miraba por la ventana al cielo azul. Después bajaba los ojos hacia la verde hierba. Guardaba la chaqueta verde en el armario y contaba las horas que faltaban para ir a dormir.
Al llegar la medianoche abría las persianas, sacaba la chaqueta verde y la planchaba con cuidado. La dejaba sobre el respaldo de la silla a los pies de la cama, por si acaso al día siguiente el otoño llegaba sin avisar.
Hasta que un día llegó, como llegan los regalos de Navidad. Al mirar por la ventana ahí estaba, cielo gris otra vez. Bajó los ojos hacia la verde hierba y ahí estaba también, como si un duendecillo hubiese colocado ahí aquella hoja marrón delicadamente sobre la hierba.
Sonrió. Cogió su chaqueta verde y se la puso mientras bajaba a saltos las escaleras que la separaban de la calle. Sonreía.
Al entrar en la estación compró un café para llevar.
Esperaba en el andén la llegada de un tren, con su chaqueta verde y un café, conteniendo la emoción de salir corriendo a abrazar a alguien que quieres mucho y hace tiempo que no ves.
Esperaba en el andén, chaqueta verde y un café, porque sabía que el otoño llegaba en ese tren.

Esperaba en el andén,
chaqueta verde y un café,
porque sabía que él
llegaba en ese tren.

Capuchas de LLuvia


La mañana pinta bien,
cielo gris otra vez,
chaqueta verde y un café.
Esperando en el andén
a que llegue mi tren,
pensando en él me siento bien.

Qué genial que sea en otoño
el principio del amor,
pues no podrás quejarte
de que al abrazarte
te dé calor.

Y podremos dar paseos
por parques de tu ciudad,
con capuchas de lluvia
mi mano en la tuya
mientras las hojas caen.

La noche pinta mejor
pues vuelvo a oír tu voz
tranquila tras el altavoz.
Al colgar mi corazón
palpita de emoción
debajo de mi edredón.

Qué genial que sea en otoño 
el principio del amor,
pues no podrás quejarte
de que al abrazarte
te dé calor.

Podremos quedar en casa,
no hacer nada en especial.
En tu cama tumbados
mil besos y abrazos
te podré dar.

Aaaaaah, aaaaaaah, aaaaaah,aaaaaahaaaaah
Aaaaaah,aaaaaaah,aaaaaaaahaaah

Qué genial que sea en otoño
el principio del amor,
pues no podrás quejarte
de que al abrazarte
te dé calor.

Y podremos dar paseos
por parques de tu ciudad,
con capuchas de lluvia
mi mano en la tuya
mientras las hojas caen.
Todo el verano esperando
este cambio de estación
y ahora que ha llegado
resulta ser aún mejor. 

domingo, 28 de agosto de 2011

los caminos de Fantasía

"Los caminos de Fantasía (...) sólo puedes encontrarlos con tus deseos. Y sólo puedes ir de un deseo a otro. Lo que no deseas te resultará inalcanzable. Eso es lo que significan aquí las palabras 'cerca' y 'lejos'. Y tampoco basta con querer marcharse de un lugar. Tienes que querer ir a otro. Tienes que dejarte llevar por tus deseos."

La Histoira Interminable, Michael Ende

tras esta realidad se esconde mi verdad

Entonces se giró lentamente y se acercó a sus ojos. Luego susurró, escupiendo con asco cada una de las palabras:
- No tienes ni idea. ¿Cuándo te darás cuenta de que nada es lo que parece? ¿Cuándo verás la máscara que cubre cada rostro? ¿Cuándo comprenderás que es sólo una máscara, una sombra, una ficción? Crees conocerme, pero esto no soy yo. Tras esta realidad se esconde mi verdad.Y sin saberlo te atreves a juzgarme. Y te compadeces de mí por saber la verdad... ¿Sabes lo que veo yo en tus ojos? Sombras. De la hipocresía no se salva nadie y tú no eres el elegido... No sientas lástima por mí, siéntela por ti.

viernes, 26 de agosto de 2011

algo terminó y algo comenzó

"Y al punto se encontraron otra vez en la cama, sobre las retorcidas sábanas, todavía calientes y oliendo a sueño. Y comenzaron a buscarse de nuevo mutuamente, y se buscaron largo tiempo y con mucha paciencia, y la seguridad de que se encontrarían los embargaba de felicidad y alegría, y la felicidad y la alegría atravesaban todo lo que  hacían. Y aunque los dos eran tan diferentes, comprendieron, como siempre, que no eran diferencias de las que separan sino de las que unen y enlazan tan fuertemente como la entalladura de labrada con el hacha donde se juntan las vigas de las cuales va naciendo una casa. Y fue como la primera vez, cuando ella lo embriagó con su deslumbrante desnudez y su violento deseo y a ella la embriagó la delicadeza y la sensibilidad de él. Y como la primera vez ella quiso decírselo, pero él la detuvo y con un beso y unas caricias privó a sus palabras de todo sentido. Y luego, cuando él quiso decírselo a ella, no pudo alzar la voz y luego la felicidad y el placer cayeron sobre ellos como una fuerza capaz de destruir montañas y hubo algo que fue un grito sin sonido  y el mundo dejó de existir, algo terminó y algo comenzó, y algo perduró y hubo silencio, silencio y paz."

Relato "Algo empieza, algo acaba" en
Camino sin retorno  de Andrej Sapkowski
Y embriaguez.

jueves, 11 de agosto de 2011

Sin maletas de cartón


No se van en trenes con maletas de cartón pero llevan sus bienes más preciados: un portátil, un móvil de última generación... Suelen tomar un vuelo de bajo coste, cazado pacientemente en las redes de Internet. Se van a hacer un máster... Otras veces van a hacer de au-pair, de auxiliar de conversación, o a cualquier trabajo temporal. La familia va a despedirlos a la puerta de embarque y mientras se alejan disimularán unos su pena y otros su incipiente desamparo. "Es por poco tiempo -se dicen-. Dominarán el idioma, conocerán mundo... Regresarán en pocos meses".
No. No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada les obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. ... No pagarán mucho, eso es seguro, pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de cuentas aquí no hay nada.
Y se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, ...
No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adonde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. ... Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de nuestro país.
En los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a empresarios de más allá de nuestras fronteras ... Menos aún se cuantifican el esfuerzo de sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en mil pedazos.
No llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo ... que nos priva de su saber, de su aportación y de su compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de muchos de nuestros mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva oleada de exiliados que son una acusación silenciosa del fracaso y de engaño. Se van en silencio por el túnel de embarque en el que les alcanzará la melancolía por la pérdida temprana de su tierra.
... Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos.

martes, 26 de julio de 2011

La hora del té


Comprendí, pues, que son tus miedos y tus sueños los que salen del espejo y te invitan a tomar el té.

domingo, 24 de julio de 2011

el mar y la luna

En la orilla del mar encontró un círculo de piedras, quizás expuestas ahí expresamente para que se sentara en la más grande de todas a contemplar el mar.


La blanca luna desafiaba al sol recién despertado sobre las murallas de la ciudad. el mar rugía silencioso y le hablaba. El viento dormía, las nubes llegaban tarde y el cielo esperaba sin hacer ruido. No hacía frío, ni calor. En aquellos momentos la temperatura era perfecta y hubiera sido un momento perfecto si hubiera tenido con quien compartirlo. De todos modos guardó aquel momento en su colección de recuerdos porque pensó que un día podría necesitar una luna sobre una muralla.





Entonces el mar le habló. Le invitó a unirse a su tempestad en calma. A desafiar los prejuicios y sumergirse en sus aguas tiernas.

En un impulso se levanto de su asiento de roca. De pie, frente al mar, se deshizo de su ropa en una acelerada tranquilidad. Con locura y despacio. Como si ese momento pudiese durar eternamente. Como si tuviese todo el tiempo del mundo. Corrió despacio hacia el agua azul que, allá a lo lejos, se confundía con el principio del cielo. Su cuerpo se mojó sin notarlo y aquella tranquilidad invadió su espíritu.

Sonrió todavía sentada sobre su piedra. Su ropas secas e impolutas. Se rió. Le hizo gracia que en un universo paralelo hubiera tenido el valor de levantarse y hacerle caso al mar. Sonrió porque se sentía como si realmente se hubiese atrevido a fundir su cuerpo con el mar.

Pensó que era un buen momento, pero no era el momento.

Se levanto despacio, sin decirle adiós al mar, pues él sabía que volvería. Un día volvería y tendría cordura suficiente como para no aguantar sentada en la piedra de su círculo del destino.

Anduvo sin mirar atrás. El sol la acompañó a casa. Todavía sonreía porque estaba seca, pero se sentía como si hubiese nadado al amanecer en el tibio mar.

viernes, 22 de julio de 2011

buscando un atardecer dorado


"Primero los colores, luego las cosas. Así es cómo acostumbro a ver las cosas. Así es como intento verlas."

Esas fueron las palabras que le dijo la Dama del Alba. Esas fueron las palabras que cambiaron su percepción el mundo.

Empezó a ver sólo colores. Los memorizaba y los guardaba en una cajita de latón, muy en el fondo de su almacén de secretos. Llegó un día en el que para completar su colección sólo le faltaba un color: el del atardecer dorado.

El cielo azul se ensució de finitas líneas blancas que abrían paso a los colores del sol en su cénit. La escala de colores fríos se empezó a degradar, buscando con ansia y premeditación convertirse en una dulce escala de colores cálidos, que acabaría muriendo de nuevo como un único y frío color. Llegaron los débiles rosas, teñidos de amarillo gritando que llegaba el rojo intenso. Un rojo casi imperceptible que anunció el principio del final de un naranja intenso que perdió la fuerza igual que el sol perdía sus ganas de seguir en la tierra. El morado se impuso, luchando con el azul, cada vez más oscuro, que pretendía invadirlo todo. Al final se impuso el negro. Sobre el negro terciopelo titilaban vergonzosas las estrellas.

había sido un atardecer excitante. Pero no había sitio para él en su cajita de latón. Aquel no era un atardecer dorado.

sábado, 16 de julio de 2011

azul

Azul. Todo allí era azul. No era un azul normal y corriente, era el azul más bonito que nunca hubiera podido imaginar. Quería llevárselo de recuerdo, guardarlo en una botellita de cristal y mirarlo cuando necesitara alimentarse de un color. Desgraciadamente no pudo hacerlo, ese azul era un color libre, un color que no podía ser encarcelado en la paleta de un pintor. Por ello decidió guardarlo en su memoria, una caja de acero blindada de la que su color nunca podría escapar.

Todos los días se sentaba en su atalaya improvisada para guardar en sus ojos el color del mar. El azul del cielo que se confundía en el horizonte. El azul intenso que bañaba todos los días. El azul que calmaba su tempestad, el azul que puso en orden sus sentimientos. El azul que tanto necesitaba para un día, muy muy lejos de allí, cerrar los ojos y respirar la paz. Respirar la tranquilidad. Respirar la libertad y la esperanza. Respirar de nuevo el color azul.

jueves, 30 de junio de 2011

una tarde de primavera

"Era una bonita tarde de primavera. El sol todavía andaba en un letargo invernal y no caldeaba demasiado el ambiente. El césped no estaba demasiado regado como para refrescar el ambiente. Era una apacible tarde de primavera. Era una de esas tardes que invitan a pasear. Unas de esas tardes que se alargan hasta el anochecer, tumbados en la hierba, hablando sin parar, esperando el atardecer. Era una de esas idílicas tardes que ningún coleccionista de recuerdos dejaría escapar."

martes, 28 de junio de 2011

dejadme llorar

Siempre me habéis dicho que llorar no soluciona nada y realmente no va a solucionar nada, ahora más que nunca. Sé que seguramente serías tú quien más tonterías me dijera para no llorar y que mi llanto se confundiera en una risa incontrolable. Sé que en estos momentos nos miras desde algún sitio y me pides que no llore. Sé que no soluciona nada, pero dejadme que llore. Dejad que las lágrimas me tranquilicen y como lo haría el abrazo que no te puedo dar. Dejadme que cambie todas estas lágrimas por ese abrazo.

Llorar no va a servir, lo sé. Pero, al fin y al cabo, ahora ya no importa nada. Lo más importante es lo que hemos vivido, lo que nos has enseñado y el cariño que nos has dado. Estarás aquí siempre, en un rinconcito de nosotros recordándonos por qué hay que vivir y lo bueno que hemos vivido.

Llorar no sirve ya de nada, pero me tranquiliza y me ayuda a quedarme sólo con lo bueno, que al fin y al cabo, es lo único que importa.

lunes, 27 de junio de 2011

encuentro

"Se encontraron el uno al otro, vencieron el miedo y un instante después encontraron la verdad, que les explotó bajo los párpados, aguda, cegadora en su evidencia, rota entre gemidos apretados en la determinación de los labios. Y entonces el tiempo tembló espasmódicamente y se detuvo, todo desapareció y el único sentido funcionando fue el tacto."

Tiempo de odio, Andrzej Sapkowski 

martes, 21 de junio de 2011

sirenas y príncipes

-¡Ay, no! Cuéntame otra vez el del gato.- refunfuñó  la princesa Ciri, como sólo las princesas saben refunfuñar.
-Pero ese ya te lo sabes, este es un cuento nuevo...
-... ¡y no me gusta! - lo interrumpió. Cuéntame el del gato, anda... profaaaaaaaaaaaaa...
- Antes dime, ¿por qué no te gusta? Tiene una sirena, un príncipe gallardo, un montón de animales marinos y fantásticos, una ciudad sumergida en el mar... ¡hasta tiene una hechicera!
-Sí, pero no tiene gatos.
La frase de la princesita pretendía ser una sentencia. Además, vino acompañada de un fruncimiento de labios y de unos brazos cruzados torpemente. Él la miró por encima de sus gafas, como siempre hacía con sus alumnos. Esa mirada era mejor que cualquier interrogatorio. Cirilla descruzó los brazos, desfrunció el ceño, agachó la cabeza y empezó a juguetear con la puntilla de su falda.
- Di.
Suspiró. Levantó su pequeña cabeza de princesa y lo miró con aquella carita de niña buena que tiene miedo de una reprimenda.
- No quiero que la sirena pierda su cola. No quiero que pierda su vida en el fondo del mar y sus vestidos de coral sólo por estar con él, porque si él no está dispuesto a perder sus palacios, sirvientes y piernas a cambio de una cola y de ella, no merece la pena. Tampoco quiero que él acceda a ser un pez, estaría igual de mal. Quiero que los dos se quieran por lo que son. Que se acepten como sirena y príncipe y que juntos reinventen cómo convivir. Quiero que improvisen su historia, sin renunciar ninguno de los dos a lo que son. Porque creo que lo principal del amor es aceptar al otro tal y como es, no como queremos que sea.
La niña agachó la cabeza avergonzada. El cuentacuentos la abrazó con ternura.
- ¿Sabes una cosa, Ciri? Nunca te olvides de que quien cuenta la historia eres tú y de que las historias será como tú quieres que sean.

sábado, 18 de junio de 2011

pies

Se desplomó en el asiento del metro como si un dios cansado hubiese tirado un trapo viejo lleno de polvo. Estiró las piernas sin apoyar los pies, porque ni siquiera sentada eran capaz de sostenerla. Se miró las uñas de color rojo sobresaliendo por su sandalia blanca. "Lo peor del verano es el calor", pensó.
Llevaba despierta desde las siete de la mañana. Desde las ocho dando vueltas por toda la ciudad y hasta las once no llegaría a casa, donde no tendría que deshacer el revoltijo de sábanas que no había podido arreglar por la mañana.

Sentada en el borde de la cama, liberó los pies doloridos que a duras penas la habían llevado hasta ahí. Sin duda alguna, sus dedos estaban considerablemente más hinchados que por la mañana. Recordó que a su abuela se le solían hinchar los pies en verano.
Lanzó una rápida mirada a su mesita de noche y supuso que el desodorante para pies los refrescaría un poco. Absorta en su cansancio masajeó las plantas de sus pies. No sentía nada. Clavó una de las afiladas uñas de su manicura francesa. Nada. Observó la planta de su pie. Un enorme callo se asentaba en la base de sus dedos. Rojo y amarillo. Duro. Lo mismo en el izquierdo. Suspiró.
Se preguntó cómo habría llegado a tal extremo. Se dijo que no andaba tanto. ¿Secuelas de los zapatos de tacón? Llegó a la conclusión de que necesitaría años sin andar para que desaparecieran. Se miró la mano derecha. Al igual que el callo de su mano había desaparecido tras sus años de estudiante. Se dio cuenta de que la vejez empezaba por los pies.

lunes, 13 de junio de 2011

Cántame la de...

Volver a escuchar una canción años después y darte cuenta en un segundo cuánto ha cambiado tu vida. Las mismas calles, las mismas noches, las mismas luces... parece mentira que las personas que están ahora a tu lado nunca pensaste que lo estaría y las que estaban sólo son un frío espejismo que se desvanecerá al acabar esta canción. Pero el sentimiento de felicidad y de tranquilidad es el mismo.
No sé lo que traerá el futuro, pero siento que estoy en el buen camino.

martes, 24 de mayo de 2011

La tarde dorada

"La tarde se anunciaba en verdad interesante, una de esas tardes maravillosas que existen sólo para poder pasarlas en un dulce far niente hasta llegar a cansarse deliciosamente de la propia pereza. Por supuesto, tal bienestar no se alcanza porque sí, sin planes ni preparativos, echándose en posición horizontal en cualquier lugar. No, queridos míos. Ello precisa de una actividad que lo preceda, tanto intelectual como física. La holgazanería, como se dice, hay que trabajársela."

La tarde dorada, Sapkowski


miércoles, 11 de mayo de 2011

citas literarias

"La inquietud anida pronto en las profundidades del alma,
donde provoca dolores misteriosos;
allí se agita inquieta y destruye el placer y el reposo,
ocultándose continuamente tras máscaras nuevas,
pudiendo presentarse así como casa y hacienda, mujer e hijo,
como fuego y agua, puñal y veneno;
temblamos entonces por cosas que no existen
y sin cesar lloramos lo que no hemos perdido."

Fausto,  Johann W. Goethe

martes, 10 de mayo de 2011

explicaciones

"- Lo que hay allí es imposible de explicar con palabras. La verdadera respuesta no se puede describir con palabras.
- Exacto -dice Sada-. De eso se trata. Y lo que no se puede explicar con palabras, mejor no tratar de explicarlo de ninguna forma.
- ¿Ni siquiera a uno mismo? - digo yo.
- Ni siquiera a uno mismo - dice Sada -. Mejor no explicarte nada ni siquiera a ti mismo."

Kafka en la orilla, Haruki Murakami

domingo, 10 de abril de 2011

entre sábanas

Y justo en ese momento en el que estoy deseando que tu mano recorra mi cuerpo, te das la vuelta en la cama y abarcas con tu brazo mi cintura. Como un acto reflejo, mi mano se desliza en la tuya, mis dedos entrelazados entre los tuyos.

martes, 5 de abril de 2011

Donde las dan, las toman

Llevo toda la semana intentando tener una idea medianamente original y toda la mañana debatiéndome entre el plagio y la buena voluntad.

La historia es esta: tengo un amigo (un buen amigo) que para mi cumpleaños me prometió como regalo un entrada en su blog y como buen hombre de palabra así fue, me la dedicó y todavía me emociona leerla. Resulta que hoy es su cumpleaños y yo, ente mononeuronal, no sé qué cosa especial hacer para felicitarlo.

Tiene que ser una felicitación personal, más allá de un mero comentario en las redes sociales estandarizado de: "felicidades!!! píllate un buen pedo y que te regalen muchas cosas!!besazos!!", vamos, algo en lo que se vea que de verdad me importa y que me alegro de que se cubra de años y experiencias vividas. Por un lado porque quiero agradecerle las veces que siempre ha estado ahí para mí y, por otro, porque siento que hace unas semanas yo sí le fallé faltando al concierto del año.

Por ello, como buena literata, he optado por el plagio, pero para que no se note pues no le voy a dedicar el blog a mi amigo Vicente-Bryan Navarro, sino a un señor mucho más importante a un gran pianista, mejor humorista, arquitecto en ciernes, estupendo organizador de quedadas, buen amigo y uno de los grandes en general. A uno de mis pequeños saltamontes irlandeses, mi pedazo de friki, al que a pesar de la distancia no he perdido ni voy a perder, porque sé que nos quedan muchas tonterías y chorradas que hacer y decir juntos. De momento yo te debo una quedada y tú me debes el chiste del pez que frenaba, cosa que haremos en cuanto llegue el veranito o un finde que se pire la pinza y decida ir a Valencia.

Así que, ¡va por ti!

La foto no es porque la tengas de perfil, es simplemente porque me mola, porque fue un gran día (aunque no vuelvas a hacerme andar tanto) y porque realmente muestra que va dedicado a un gran pianista, mejor humorista, arquitecto en ciernes, estupendo organizador de quedadas, buen amigo y uno de los grandes en general.

No disfrutes sólo de este día, sino de la ¡vida!

Feliz Cumpleaños, Joyeux Anniversaire, Happy Birthday, Alles Gute zum Geburstag, Parabéns, Tanti Auguri, la Multi Ani & Moltest Felicitats!!! =)


miércoles, 30 de marzo de 2011

ser como antes

He intentado ser como antes. Reírme tontamente de las cosas que más me molestan de ti. Ponerle ojitos tiernos y estúpidos a todo aquello que no soporto de ti. Sacarle la lengua y seguirle el juego a lo que nadie más era capaz de tolerar. Cogerle la mano bajo la mesa del bar y abrazar todo lo que odio en ti. He intentado ser como antes, pero no lo he conseguido. Será que he cambiado.

lunes, 28 de marzo de 2011

huir

"Porque la casa de uno no está hecha sino para marcharse, el hogar vive en los corazones."

viernes, 25 de marzo de 2011

lista de deseos

Quiero a alguien que cuando me emborrache me lleve a casa en brazos, me rompa las medias con la boca y luego me compre otras. Me haga el amor contra la pared y se meta conmigo en la bañera, que se pierda conmigo para después rescatarme en laberintos sin sentidos, que saque la espada y me defienda de víboras, pirañas y putas. Alguien que cosa disfraces a mis días malos y los convierta en buenos, que no se enfade si no me entiende, ni me entiendo y lo mareo. Que me saque la lengua cuando me ponga tonta y me haga enmudecer, que no dé por hecho que siempre voy a estar ahí pero que tampoco lo dude. Que no me haga sufrir porque sí, pero que no me venda amor eterno manoseado.

Alguien que no pueda caminar conmigo por la calle sin cogerme de la mano, que no me compre con regalos pero que tenga mil detalles de papel, que no le guste verme llorar y me haga reír hasta cuando no tengo ganas, que de vez en cuando decida perseguirme en los bares y conocerme otra vez, que me mire, lo miro y me tiemblen las piernas sin remedio. Alguien que esté loco por mí y no se olvide de decírmelo los días de resaca y que si se pone animal sea sólo en la cama y me mate a besos por la mañana. Que no se acostumbre a mí y deje de inventar nombres nuevos para despertarme, que si mira a otra, luego me guiñe un ojo y se ría de mis celos de hojalata.

Pero, sobre todo, que no tenga que perderme para darse cuenta de que me ha encontrado...

lunes, 14 de marzo de 2011

princesa con insomnio busca príncipe azul claro, abstenerse príncipes valientes

- ¡Mamáaaa!
- Pero, hija, ¿otra vez?
- No puedo dormirme, mamá. Pero es que tampoco quiero dormime. En el mundo hay tantas cosas que ver y que descubrir. No es justo. Total, porque un cuento diga que yo debo dormir durante muchos años, todos os empeñáis en que lo haga. Pues no. No me duermo, no me duermo y no me duermo. ¡Ea! Que no quiero perder todo lo que pasa por el mundo durmiendo como una boba. Vosotros veréis lo que hacéis, pero yo no me duermo.
-¡Eres el colmo, hija mía!
- Y el pánfilo del príncipe tardará también lo suyo.
- Pero si los príncipes se han cambiado todos de cuento. Estaban ya desesperados al oír las noticias de que no te podías dormir.
- Pues buscad a uno y que venga ya y que me dé el beso, que no aguanto más en la cama. Ah, pero yo lo quiero azul, azul claro. Sólo me casaré con un príncipe azul claro. Nada de príncipes valientes.

lunes, 7 de marzo de 2011

dudas

Creo que realmente las dudas no existen. Creo que realmente, no tan en el fondo de ti mismo, sabes perfectamente de qué modo quieres que pasen las cosas. Sabes lo que quieres, lo que necesitas, lo que vas a hacer para lograrlo y porqué lo vas a hacer. Eso que tú llamas "dudas" tan sólo es miedo a aceptar la realidad. Tomar una decisión es, por tanto, superar tus "dudas", superar tus miedos

Kafka en la orilla

"- Kafka Tamura, en la vida de los hombres hay un punto a partir del cual ya no podemos retroceder. Y , en algunas cosas, existe otro a partir del cual ya no podemos seguir avanzando. Y, cuando llegamos a ese punto, para bien o para mal, lo único que podemos hacer es callarnos y aceptarlo. Y seguir viviendo de esta forma."

miércoles, 2 de marzo de 2011

cuando mueren las malditas golondrinas

Es que no entiendes que en la vida, princesita, también hay que aprender a ganar.

jueves, 17 de febrero de 2011

¿Qué es?

Que merezca la pena andar media hora bajo la lluvia, bajo la noche y bajo el viento, con un paraguas roto y hablando sola por la calle como una loca, sólo para tener tu abrazo, tu mano cogiendo la mía bajo la mesa, el confort de tu mirada y tu sonrisa y tu brazo sobre mis hombros al salir de la estación.

Que merezca la pena esperar sólo para ver cómo cambia mi cara. ¿Eso qué es?

domingo, 6 de febrero de 2011

...

Como si colocarte tu capucha fuera a protegerte del mundo.
Como si la música de tus auriculares fuera a rellenar los gritos de tu interior.
Como si nadie fuera a ver que estás reteniendo las lágrimas de tu dolor.
Como si llorar fuera a servir.
Como si una mala noche sin razón te fuera a aportar algo.

viernes, 28 de enero de 2011

Bajo la lluvia de Madrid

Los días de lluvia siempre tienen algo especial, como siempre será especial ese café y aquel paraguas en aquella plaza...
Hubiera deseado que nunca parara de llover. Hubiera deseado que lloviese toda la tarde...

Tenía que haber llovido más. Lo suficiente para reaccionar debajo de un paraguas y no en la boca del metro.

No paraba de llover

Palpitando el recuerdo de un momento inolvidable, tan lejano está ese mes en el cual te conocí, tan ajena es la mirada que tus ojos me cedían cuando aquella noche que volvías conmigo no paraba de llover.
Extraño tus manos entrelazadas con las mías, cuando caminábamos por las calles y el invierno nos acompañaba. Echo de menos que halagaras mis labios mientras con tus dedos recorrías su contorno.

Dejo en blanco el final de nuestra historia. Dejo en mi memoria el recuerdo de tu rostro. Conservo en lista de espera el momento para verte y mantengo presente los besos que te dí.

martes, 18 de enero de 2011

los chicos de barrio no hablan francés

Ese terrible día en el que te das cuenta de que necesitas un hombre capaz de estar a la altura de donde tú quieras estar.

Ese terrible momento en el que te das cuenta de que los chicos de barrio no hablan francés.

domingo, 2 de enero de 2011

De bruces con la subjetividad

La realidad es algo demasiado subjetivo, es simplemente algo que está en tu cabeza tal y como tú crees que las cosas han pasado. Entonces llega el día en el que alguien te confiesa que algunas cosas no son como tú las tienes en la cabeza, que la gente hablaba, que la gente tiene otra realidad en la cabeza... es entonces cuando te das de bruces con la realidad y no sabes qué subjetividad es la menos subjetiva.

Hay que aprender a vivir con segundas impresiones.